Madre Teresita falleció en 2013 con 105 años y tras más de 86 años de vida contemplativa en el monasterio de Buenafuente del Sistal.
Como todas las monjas del monasterio, cada día se levantaba a las cinco de la mañana para maitines y se acostaba a las diez de la noche. Desayuno, voto de oración, laudes, misa, rezo en la celda día tras día, sin novedades ni sobresaltos. Solo salió del convento para acompañar a las hermanas al médico, cuando era abadesa; durante unos días en la Guerra Civil, y en agosto de 2011, para saludar en persona al papa Benedicto XVI en su visita a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
Fue un ejemplo de confianza y de entrega a Dios.
Agradecidos por haberla conocido y por su testimonio de fe, recordamos su oración a la Virgen:
Quiero mirar con tus ojos,
hablar con tu boca,
oír con tu oído,
amar con tu corazón
A esta letra le puso música Ignacio Yepes y en este audio interpreta la pieza musical el coro de niños y jóvenes del Monasterio de Buenafuente, dirigido por Virginia Cajigal.
En la misa de funeral por madre Teresita Ángel Moreno dijo estas palabras:
“(…) Siendo abadesa se plantearon las preguntas más fuertes acerca de si permanecer o abandonar Buenafuente. Ella cantaba: “No se acaba Buenafuente, Buenafuente no se acaba”. Durante este periodo aconteció el cambio más radical del monasterio, que pasó a ser lugar eclesial, abierto para cuantos quisieran compartir la oración. Sor Teresita defendió a la comunidad de todo intervencionismo externo y apoyó siempre la autonomía del monasterio.
Durante el tiempo más anónimo de Buenafuente hizo los trabajos más duros, así, en la huerta del monasterio o después, al llevar la cocina. Era mujer de campo, que se cultivó en la lectio divina y en la lectura permanente. Le interesaba lo que sucedía en la Iglesia y en la sociedad.
Podemos testimoniar que fue una mujer sobria, austera, directa, de pocas palabras, pero llenas de cercanía y ternura. Últimamente, a quien se acercaba al locutorio para saludarla, le daba el beso en la frente, que ella llamaba “de la Virgen”, y se pasaba el día pidiendo a ángeles para que acompañaran a quienes tuvieran más necesidad. A mí me dijo algo que se me ha quedado muy grabado: “En el cielo sabrá todo lo que yo he rezado por usted. Desde por la mañana no hago otra cosa que enviarle ángeles”. Quizá esta sea una de las razones por la que, después de casi cuarenta y cuatro años por estas carreteras, aún estoy vivo.(…)
Enamorada de Jesucristo, metida en el corazón de la Virgen, en ellos descansaba y en ellos fundaba su confianza.(…)”