Salmo 125“El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”
Buenafuente del Sistal es, desde su origen, un monasterio con un pequeño poblado extramuros. Las monjas del Cister permanecen en este lugar sin interrupción desde 1246.
Tierra aparentemente baldía, llamada, según muchos, al abandono, en la que ya no quedaban apenas pobladores. Los pueblos iban muriéndose y no parecía que hubiera otra salida que la resignación.
Pero el Señor tenía otros planes: Edificarán casas y las habitarán (Is 65, 21).Volveré a edificarte y serás reedificada (Jr 31,4). ¡Qué diferente es acercarse a unas ruinas de lo que fue un recinto sagrado de hacerlo a un claustro que mantiene viva la liturgia, el canto y la hospitalidad!
Señor, el silencio, la soledad, la naturaleza, la pobreza, el pueblo en ruinas, la choza caída, se han convertido hoy en soto y fresquedal, encina añosa bajo la que se cobijan peregrinos y rastreadores de tu rostro.
La Buenafuente del Sistal, Apunte Histórico
Según consta en los archivos del Monasterio, la fundación data de la segunda mitad del siglo XII, cuando se intentó repoblar estas tierras que habían quedado desiertas a causa de la Reconquista. Sus primeros moradores fueron Canónigos Regulares de San Agustín, monjes-caballeros venidos de Francia, quienes después de permanecer cerca de cien años, por una permuta con el Arzobispo de Toledo D. Rodrigo Ximénez de Rada, cedieron la presencia monástica alcarreña para retornar a su tierra de origen. Posteriormente, con la colaboración de los Señores de Molina de Aragón, fundó en este lugar la orden del Cister. Desde 1245, momento en el que el Capítulo de la Orden aprobó la venida de monjas desde el Monasterio de Casbas (Huesca), hasta nuestros días, el Sistal es regido por monjas cistercienses.
Como mejor aval de los orígenes de la abadía permanece el sepulcro de Doña Sancha y de Dña. Mafalda, tercera y cuarta Señoras de Molina. En su día se celebró solemne protocolo con acta notarial y presencia forense, para atestiguar los datos. Dentro de un cofre de hierro se introdujeron los restos óseos, pertenecientes a dos cuerpos femeninos, y antes de ser lacrado, se depositaron monedas y periódicos de la fecha. Se realizó el traslado de la arqueta al lucilo del muro norte de la iglesia románica, según se accede al templo, a la derecha. Era el lugar donde anteriormente estaba la pila bautismal, que actualmente permanece emplazada junto a las escaleras que dan al manantial de la Buena Fuente.
Dña. Marquesa, hija de Dña. Sancha, fue la primera abadesa del monasterio. Su sepulcro, después de la última intervención para la rehabilitación de la zona más antigua del cenobio, se encuentra posiblemente en la sacristía gótica, a un nivel inferior del suelo.
Hay diversas interpretaciones sobre el toponímico del lugar. Parece ser que en un principio tomó el nombre de “La Buena Fuente”, por razón de las aguas saludables que siguen manando. El Señor de Molina, don Alonso, hermano de Fernando III, el Santo, aquejado de alguna fiebre, estando cazando por estos pagos, bebió del manantial y quedó curado. Desde entonces se llamó a esta tierra el “Lugar de una buena fuente”. La Buenafuente, a la venida del Cister, pudo ser apellidada con la nueva referencia monástica, y cabe que por evolución fonética del nombre francés Citeaux, se le llamara del Cistel, después del Cistal, hasta llegar al nombre con el que hoy se conoce en el nomenclátor de los pueblos de España: La Buenafuente del Sistal.
La relación del agua del manantial con los efectos saludables, puede quedar confirmada si se tiene en cuenta que la primera edificación, con claros vestigios de románico francés, se construyó sobre la fuente y en ella se veneraba la imagen de Cristo, talla románica, con el título de la Salud. Aún hay vecinos de los pueblos del entorno que vienen al Sistal por agua, y recuerdan cómo era invocada la intercesión del Santo Cristo de la Salud cuando se vivían circunstancias de extrema necesidad. Hoy día, las monjas, en momentos de tormenta, riesgo de incendios, y tiempo de pandemia, o a petición de los fieles, siguen rezando rogativas delante de la imagen impresionante del Cristo, y encienden un cirio votivo, mientras cantan las oraciones rituales.