“Su voz amigable que sirve de introducción al concierto vibra con especial emoción al hacer partícipes a los asistentes de que este no será uno más de los centenares que ha ofrecido por decenas de países; que para el maestro tiene una resonancia especial, dadas las dificultades que ha tenido que vencer hasta encontrarse ante aquel público, que también era especial. Y nos habla de un “voto de fe”, de una “ofrenda religiosa” que ha querido presentar a Dios y a su Madre, rodeado por las monjas del monasterio y por los amigos de este, muchos de los cuales han posibilitado que Buenafuente se haya convertido en un centro de oración, conservando la paz que secularmente le ha acompañado.
“He pasado por momentos muy difíciles y hoy, por primera vez en unos años, estoy en situación de presentarme ante vosotros. He tenido la suerte de sufrir una enfermedad dura, pero ello me permite decir firme y conscientemente que el dolor es una caricia de Dios.
No me hallo completamente restablecido, pero quiero hacer el esfuerzo de interpretar ante vosotros estas piezas.”
¿Qué ha supuesto la música en su existencia?
La música es para mí un modo de percepción. Todo es música en el universo. La música es vibración, es movimiento y, en definitiva, el movimiento es vida. La brisa, las olas, el viento, la palabra del ser querido, la música callada, la música secreta, la música por oír.
La música es una comunicación universal. Por lo tanto, para mí contiene mi comunicación con Dios y, también, con los demás hombres. No puede realizarse sin un instrumento que la da y un instrumento que la recibe. Yo he procurado ser instrumento a través de mi guitarra y acceder a una comunicación de amor.
¿En sus años más jóvenes hubo un alejamiento de Dios?
No hubo alejamiento. Había desconocimiento. El día que lo encontré, comprendí que era mi Señor y creí en Él. Él me buscó y yo lo conocí.
¿Qué le hizo cambiar?
Él se hizo el encontradizo en un momento inesperado. Entonces tenía yo veinticinco años. Yo no practicaba, aunque como todo el mundo fui bautizado, y un día de primavera de 1951, encontrándome en París, contemplando el fluir del Sena, tuve la sensación de una llamada interior. Desde entonces tengo muy claro que soy una criatura de Dios.
Por la vivencia de Dios los ausentes están vivos, como es el caso de la ausencia de mi hijo Juan de la Cruz. La vivencia de Dios es el sentido del dolor, la razón de la esperanza, la expectación de cada día, la fe en la música divina que existe y que falta por desvelar.
¿Qué representa el dolor para usted?
Llevo cuatro años largos familiarizándome con el sufrimiento, conviviendo con el dolor día a día, noche tras noche. He aprendido mucho gracias al dolor. Me ha permitido adentrarme en mí mismo y en la vida.
El sufrimiento abarca varios tipos de dolor: el dolor meramente físico que aniquila, que amordaza. Este es terrible, porque disminuye la capacidad de vigilia y se cuelan las dudas por cualquier rendija. El dolor físico prolongado, acuciante, debilita la voluntad de luchar y a veces hace tambalear la esperanza. Entonces aparece otro dolor, como una tentación enmascarada de sentirse tremendamente solo.
A los momentos más dolorosos de sentirse mal, disminuido, se añade la conciencia de no tener fuerzas para reaccionar ante esa situación de total indigencia y esto es un sufrimiento sin límites. Es cuando puede surgir el abandono a la voluntad de Dios y cambiar la perspectiva de la vivencia. No cambia la situación exterior, pero si la actitud, y la experiencia de Dios se hace intensamente viva a través del llanto o de la confianza. Tanto da. Lo importante es dialogar con Dios.
Todo es vida y de la vida el único dueño es Dios. Entonces el dolor físico se transmuta y se respira de otra manera. Si, por añadidura, se tiene el privilegio de estar convencido, como yo lo estoy, de que el dolor es una llamada de atención sobre uno mismo y que es un síntoma de lucha regeneradora, entonces el dolor cobra un sabor nuevo a gratitud y se puede ofrecer por tantos seres que sufren sin el apoyo de la ayuda que yo recibo.
En los momentos más fuertes de dolor he vivido los instantes de lucidez más intensa; he comprendido el significado del amor; he aprendido a valorar cada gesto de ternura y a dar gracias por cada instante de mi vida. Me he acordado de invocar. He podido palpar cuánto me aman mis seres queridos y tantos otros amigos, cuyos nombres ni siquiera conozco, pero que sé que rezan por mí, me mandan energía y comparten mi lucha. Es cuando he comprendido de una vez por todas -lo he sentido en lo más hondo de mi ser- que el dolor es una caricia de Dios.
Entrevista a Narciso Yepes, Juan Cantavella, ed. PPC