“Ante tanta intemperie y pobreza en el monasterio, toda ofrenda era vaso de agua en tiempo de sed. Como eco de las noticias y envíos epistolares aconteció la chispa o el detonante de la atracción hacia Buenafuente ya que el sacerdote Carlos Castro Cubels, habiendo leído algunos testimonios sobre el Sistal en la revista Vida Nueva, transmitió a un grupo de laicos con los que caminaba espiritualmente y se reunía en una iglesia de Madrid, la ilusión de celebrar la Semana Santa de 1973 en Buenafuente.
Y así, la llegada del grupo de amigos de Madrid para celebrar el Triduo Santo marca la inflexión en la historia de los últimos años de Buenafuente. Aquellos días un grupo de cuarenta personas, muy sensible a la liturgia que vivía con verdadera pasión las disposiciones del Concilio Vaticano II, se han convertido en punto de referencia para comprender el “milagro” de Buenafuente.
Uno no se explica que quienes gozaban de una buena posición social aceptaran desplazarse hasta este lugar, donde no había absolutamente nada, en una pobreza extrema. Las Hermanas de Santa Ana de Guadalajara apoyaron el encuentro con el ajuar necesario para poder hacer y servir la comida. Por la noche, los huéspedes laicos debían desplazarse a Huertahernando e incluso a Alcolea del Pinar para dormir. En clausura se hospedaron una veintena de religiosas de diferentes congregaciones.
Recuerdo muy vivamente la crisis que padeció el grupo el Viernes Santo, al comprobar que la comunidad de monjas era extremadamente débil y que la liturgia de Buenafuente nada tenía que ver con la posible nostalgia de una abadía cisterciense en la que se cantaba bien el gregoriano. Guardo memoria de aquel Sábado Santo en el que les dije que para encontrarse como amigos no hacía falta venir a Buenafuente, pero que, más allá del gusto de escuchar una salmodia bien cantada en gregoriano o de ver un claustro románico, debía haber otra razón que nos sujetara a las monjas y a mí en aquel lugar. No era indiferente la veneración de la imagen del Cristo de la Salud desde el siglo XIII.
Y sin estrategia alguna, aconteció el cambio total en todo el grupo, con quien se formó de alguna manera los “Amigos de Buenafuente”, que nunca fue movimiento ni asociación sino la coincidencia en el deseo de ayudar a la comunidad de hermanas y de participar en sus oraciones en aquel momento, y actualmente, además, el deseo de vincularse espiritualmente a Buenafuente.”