En su enseñanza, dijo el Papa: “En virtud del Espíritu Santo, el bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la fuente bautismal al hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios y haciendo nacer al hombre nuevo, recreado en Jesús. No es, de hecho, un agua cualquiera la del bautismo, sino el agua en la que se ha invocado el Espíritu que «da la vida» (Credo).
Y añadió: “Algunos piensan: Pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que crezca, que entienda y sea él mismo quien pida el bautismo. Pero esto significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando nosotros bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace crecer en ese niño, desde niño, virtudes cristianas que después florecen.”
Estas palabras me han hecho recordar más vivamente que el bautizado está plantado junto a la corriente de gracia del Espíritu Santo. A quien se le perdonan los pecados recibe el don precioso de la misericordia, regalo pascual del Espíritu Santo. El que se sienta a la mesa de la Eucaristía participa del sacramento del pan convertido en Cuerpo de Cristo, gracias a la acción del Espíritu Santo. Aquel que ha sido ungido con el crisma sagrado, ha recibido el don de fortaleza para combatir el mal, gracia del Espíritu Santo. Quienes se profesan el amor muto ante el altar, se reconocen con el don del amor divino para mutua ayuda. Los ministros ordenados, ungidos por el Espíritu Santo, son embajadores de Cristo, y mediación de perdón divino. Todos los consagrados se convierten en testigos de la gracia bautismal, y son signos elocuentes del Evangelio por don del Espíritu Santo.
Esta realidad me lleva a invocar al Dador del don de la vida:
Espíritu Santo, despierta en mi mirada la luz por la que contemple tu presencia en la bondad, la verdad y la belleza que me rodean.
Espíritu Santo, ábreme el oído del corazón para que perciba tus insinuaciones más íntimas y consoladoras que me conduzcan por el camino del bien y de la santidad.
Espíritu Santo, da fuerza a mis manos para que prolonguen la gracia de tu misericordia en favor de cuantos tienen necesidad.
Espíritu Santo, hazme capaz de percibir el suave olor de tu presencia en quienes se cruzan en mis caminos o viven junto a mí.
Espíritu Santo, déjame gustar el regalo de la comunión fraterna, la dulzura de los hermanos que viven juntos y el saboreo de la Palabra de Dios.
Ven, Espíritu Santo, y concédeme la gracia de ver la realidad según Tú la ves; que mis ojos tengan la sagacidad de descubrir los signos proféticos.
Espíritu Santo, tráeme a la memoria los motivos permanentes para la alabanza, la bendición, la acción de gracias por mi historia de salvación, porque me has hecho misericordia.