
Con motivo de conmemorar los cincuenta años de la llegada del primer grupo de amigos para celebrar la Semana Santa en el Sistal, os escribo con cierto sobrecogimiento. Sigue siendo un gesto profético que en 1973, el monasterio, en extrema pobreza y precariedad, abriera sus puertas para compartir la liturgia. Sorprende la sagacidad que en aquellos momentos demostraron las monjas al abrir la clausura para acoger. No puedo silenciar el agradecimiento a la Comunidad de hermanas que se atrevieron a compartir la pobreza y que se dejaron ayudar sin perder su carácter contemplativo.
Es momento de reconocer la entrega, el amor y la generosidad de aquellos primeros amigos y de tantos
Con la perspectiva de los años, se evidencia, cada vez más, el acontecimiento providente de la llegada del primer grupo de amigos. Cuando todo parecía abocado a la ruina, se prendió la llama de la esperanza. Sentimos el salmo 125 como profecía vivida. Nos sigue pareciendo un sueño el cambio de la suerte del monasterio.
Hoy sigue siendo un misterio que un lugar apartado, humilde, pobre y orante, convoque permanentemente a tantos que buscan el silencio, la naturaleza y la liturgia, en un ambiente austero, donde se invita a compartir, igual que hace cincuenta años, la oración, la pobreza, el silencio y el entorno natural.
Con motivo de mis bodas de oro sacerdotales, el Obispo Mons. Atilano Rodríguez bendijo el columbario.
Recibid un abrazo:
Ángel Moreno