Por gracia, en mi última peregrinación a Tierra Santa, al introducir en la gruta de la Natividad a una persona necesitada de ayuda, sin tener que hacer espera, pude permanecer cerca de dos horas en el rincón más extremo de la gruta, y como amanuense, levantar acta de los sentimientos que se despiertan en el alma cuando se contempla el nacimiento de Jesús.
Creer que Dios se ha hecho hombre, nacido de Santa María, el Primogénito de la humanidad, concede descubrir el modelo de perfección humana. Te aseguro que si das fe a la noticia de la Encarnación y del nacimiento del Hijo de Dios humanado, tu mirada sobre la realidad gozará de una luz diferente.
Si das fe a que Dios nació de la Virgen Nazarena y se hizo enteramente uno de nosotros, podrás no solo valorar a los demás como sacramentos del Nacido de Mujer, sino que también podrás sentir en ti mismo, en tu naturaleza, lo que sintió el Hijo de María y reconciliarte con tu historia.
Las narraciones evangélicas descubren cómo se cumplen las profecías en el Niño Jesús, y si crees que el Hijo de la Nazarena es el Hijo de Dios, reconocerás que ni la creación ni la humanidad están destinadas a un devenir oscuro, sino que todo ha sido recreado y asumido por las manos del Creador, que son el Hijo y el Espíritu Santo, para su gloria y salvación de todos.
Te invito a sumarte a tantas generaciones de creyentes, y a entonar el himno de alabanza. Aunque solo sea por un instante, puedes brindar al mundo la experiencia emocionada, a la vez que serena, según nos cuentan las Escrituras, que sintieron María y José ante el Niño.
Por la fe, es posible entrar al ámbito del Misterio, y cuando esto sucede, se hace silencio en el alma, luz y equidistancia ante los hechos. No es por pérdida de memoria, ni por abstracción vacía. Se siente la Presencia en el hondón del ser, la inabarcable mirada, y sin palabras, se apodera de la persona la quietud, la calma, por el abrazo divino a nuestra naturaleza.
Sé que es privilegio escuchar por dentro el canto de los ángeles y la música del cielo. No es invento la paz interior, la percepción del tiempo quieto, el sabor a eterno. Y surge el impulso de unirse a la canción celeste, melodía secreta, armonía de voces de cristal.
Ante tanta bondad, brota el deseo de que llegue a todos en la Nochebuena el destello de bondad. Sin pretender representación abusiva, cabe orar: “Niño de Belén, te presento a tantos que necesitan una luz en el horizonte de sus vidas, una tregua en su dolor, esperanza en el desespero, una palabra en su soledad, y te ofrezco en su nombre la bendición, el canto, el beso, a la vez que te pido que bendigas a quienes les cuesta comprender y sentir tu Misterio.
¡Feliz Navidad!