Este año necesitamos más que nunca celebrar la Navidad; más que nunca necesitamos creer que el amor de Dios se ha derramado sobre la tierra. ¡No estamos solos! ¡Nuestra carne ha sido asumida por Dios en el seno de la Nazarena!
Este año no es excusa la distracción social, ni la expresividad exterior festiva al haber sido contenidos socialmente los encuentros y desplazamientos por la pandemia, por lo que vivimos un momento propicio para entrar en el recinto del corazón y de sentirnos habitados por la presencia de quien nació en Belén, don supremo divino, gracias al Espíritu Santo, el mismo que nos permite gritar o musitar: “Papá” para dirigirnos a Dios.
Que no te pueda la nostalgia, ni dejes entrar la tristeza. Blinda tu corazón a las malas noticias para dejar todo el espacio a la mejor buena nueva, porque nos ha nacido el Salvador. Ya no estamos destinados al abismo, ha amanecido la luz del sol que nace de lo alto y ha desaparecido toda oscuridad como horizonte.
No eres un iluso si esperas, no eres un visionario si ves la estrella, no eres un crédulo si acoges la verdad que transforma la realidad. Porque Dios se ha hecho hombre no es insensato y presuntuoso tratarnos como don sagrado, destinados a la vida, a la plenitud y a la alegría.
No creas que te hablo desde el confort, metido en una burbuja placentera. Lo hago desde la soledad de un territorio deshabitado, en el silencio de la naturaleza virgen, en la experiencia de la propia pobreza, sintiendo la ráfaga del hielo y sumergido en la niebla… No obstante, al dejar resonar dentro de mí el anuncio de los ángeles a los pastores, de que nos ha nacido un Niño, todo se reconvierte en augurio. La soledad posibilita dedicarse enteramente a la relación teologal; el silencio permite oír la voz más interior; la naturaleza se convierte en el espacio privilegiado para percibir la bondad de todo lo creado; la debilidad queda abrazada por el mismo Dios; el calor del amor divino, confirmado por el nacimiento de Jesús, deshace el hielo y libera de la fría niebla.
No te impongo que des fe a este anuncio, pero si lo crees, tus ojos verán de otra manera. No te juzgo si estás sumido en desánimo, y cabe que en depresión, pero si dejas entrar en tu corazón el llanto de un recién nacido, te desharás en emoción alegre. Comprendo que puedas estar afectado por las circunstancias adversas, pero en medio de la noche, en una cueva, en brazos de una joven nazarena ha nacido el Amor de Dios.
Déjame que te felicite porque, aunque no lo sientas, te has convertido en hijo de Dios, en linaje real, en profecía esperanzadora, que te permiten bendecir por ser bendecido. ¡Feliz Navidad!