EVANGELIO

Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». (Mt 3, 13-17)

COMENTARIO

Pila bautismal bizantina s IVJesús quien se presente a Juan. El Nazareno baja de Galilea al Jordán, al punto más bajo de la tierra. Jesús se rebaja, se pone en la fila de los pecadores y asume la contingencia social del ser humano. Sin embargo, como prolongación de la Epifanía del Señor, los evangelios no solo declaran que Jesús es el Mesías-Rey, y a quien adoran los Magos, sino que es el Hijo amado de Dios, en quien el Padre se complace.

Aquel que en el principio estaba vuelto hacia Dios, metido en las entrañas paternas, cuando toma con todo realismo nuestra naturaleza, podría parecer que su desclasamiento le separaba de su origen divino. Pero la revelación divina, clave para comprender toda su historia, declara que Jesús es el Hijo amado de Dios.

La declaración que hace Dios y la unción que realiza el Espíritu Santo sobre Jesús, en el momento del bautismo, van a grabar su memoria, y será el secreto íntimo que le dará la fuerza más inimaginable, según se comprueba en los momentos más recios de la vida del Nazareno.

Tengo por seguro que la experiencia íntima de saberse Jesús amado de Dios es lo que le impulsa a subir decidido a Jerusalén, precisamente desde la ciudad más próxima al lugar del bautismo, y la memoria del amor divino permanente es lo que le mueve a entregar su vida.

Por el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios, por adopción. Si por un momento se nos diera experimentar lo que supone esta identidad, no volveríamos la cabeza hacia atrás en nuestra fidelidad al Señor. Hoy tenemos la posibilidad de renovar las promesas bautismales, y sabernos amados de Dios, hijos suyos. Desde esta certeza, ser testigos ante los demás del amor de Dios.

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