TEXTO EVANGÉLICO
Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre (Jn 20, 16-17).
COMENTARIO
Sorprenden, por su forma, los relatos evangélicos que nos dan noticia de la resurrección de Jesús, al narrarla con expresiones muy negativas. En los diferentes Evangelios, encontramos de manera apodíctica la aseveración: “No está aquí” (Mt 28, 5; Mc 16, 6; Lc 24, 6). ¿Qué nos quieren decir los textos al negar la presencia de Jesús? Si Cristo resucitado está en todas partes, ¿por qué una negación tan rotunda?
El vacío, la desaparición física del cuerpo, las sábanas desinfladas, la advertencia de no buscar entre los muertos al que vive (Lc 24, 5), la exigencia de no retenerlo, de soltarlo (Jn 20, 17), el aviso de que los discípulos salgan de Jerusalén y vayan a Galilea (Mc 16, 7) son indicaciones que exigen desapego, desprendimiento, un nuevo éxodo, una nueva forma de ser discípulo. “El desapego es la base del verdadero amor.” (D. Turner)
Nuestra naturaleza pide ver, tocar, gustar, y el Resucitado les dejará a los suyos percibirlo de manera sensorial para convertirlos en testigos. Sin embargo, será ráfaga, experiencia personal, a la vez que expropiación y visión de fe. Otra certeza inunda el corazón del discípulo, que no se debe apoyar en la posesión tangible. “No me toques, suéltame, deja de abrazarme”, expresiones que reiteran la exigencia de superar la percepción física. “Mirad el sitio donde lo pusieron” (Mc 16, 6). “Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús” (Lc 24, 3).
La Pascua y la noticia de Cristo resucitado exigen la fe, otra forma de ver la realidad. El creyente, en estos momentos tan recios, ante la ausencia, el vacío y la nostalgia, tiene la oportunidad del discípulo amado: “Vio y creyó”, y recibir la bendición: “Dichosos los que creen sin ver”. Vivimos tiempos violentos, desestabilizados, en el que cabe la duda, la sospecha, la resistencia a dar crédito al Evangelio, la incredulidad, y a la vez es el momento más propicio para descubrir en el hondón del ser la paz, la alegría, la certeza de estar acompañados porque Jesucristo vive.
PROPUESTA
No te impongo nada, pero te invito, en nombre del Resucitado, a salir del cenáculo endogámico, dolorista y depresivo. Él nos espera en Galilea, a la orilla del mar, en el amor primero, en la certeza de sabernos pronunciados, llamados, amados por el Nazareno. Y en ese contexto, Jesucristo nos pregunta: “¿Me amas? ¿Me quieres?”, que a su vez se convierte en su confesión de amor hacia ti.