No valores mi verso clandestino,
rumor necesitado en el desierto,
cuando el hielo se hace beso,
y la brisa acaricia recia.
El monte me dictó el poema:
Tierra madre, de entrañas ancestrales,
a la vez hermana, compañera,
en soledad anchísima, sin rostro.
Escucho el ritmo de mis pisadas,
el latido cansado en la pendiente.
El azul raso, anuncia en la mirada
el frío extremo, que me despide.
Y transcurren las horas sumergidas
en el cierzo mensajero y anticipo
de heladas silenciosas y nevadas,
sin voz y sin campanas.
Y me adentro en mí mismo,
por si oigo el rumor de quien me habita,
y solo siento paz, ya sin nostalgia,
porque cabe trascender todo deseo.
Así, mendigo de otro Tú en el eremo,
espero el tiempo nuevo,
augurio de algún que otro oasis,
en este cárdeno atardecer postrero.