No te enfades, si comparo tu vida con la del claustro.

No lo hago por ofensa, sino como hospitalario:

Tú andas siempre con prisa, el monje va despacio.

Tú te desplazas en bus, y él a pie y descalzo.

Tú vives entre ruidos sordos, él al rumor del canto.

Tú te cruzas con extraños, y él con sus hermanos.

Tú ya no tienes tiempo, él gusta en cambio el sosiego.

Tú pagas por respirar, él en la brisa habita.

A ti te cuesta orar, él reza a solas y en comunidad.

Tu sorteas los vehículos, él los árboles del bosque.

A ti las tareas te absorben, ora y trabaja el monje.

Dicen que el profesional se quema, y no así el que contempla.

A ti los mensajes te invaden, a él le abraza el silencio.

Tus días son profanos, los suyos son sagrados.

No juzgo tus desvelos, pero cabe vivir el privilegio.

No deseo que te agravies, sino que es ofrecimiento.

Volvamos al jardín primero, al rocío y al tempero.

Volvamos a los viñedos, a los sembrados y huertos.

Volvamos al amor fundante, a la matriz del suelo,

a la naturaleza, a su ritmo y a sus inviernos,

a las flores del manzano, al estío cosechero.

Volvamos a los colores, al berreo de los ciervos.

No te apartes del terreno, como lo hicieron antaño,

los que vivieron el yermo, y convirtieron el páramo.

Del desierto y de zarzales nos ofrecieron el huerto.

Es hora ya de volver a sembrados y barbechos

Homenaje al campo

AutorMeditación

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