Cuando he vuelto de caminar por los montes,
para liberarme del virus contagioso,
encuentro en la lectura un axioma:
“Un ascetismo viable hoy en día
debe presentarse como una vida
comprometida con el amor a lo bello.
Sin embargo, un auténtico ascetismo cristiano
nunca puede cultivar un encuentro con la belleza
divorciado del sufrimiento.” (Vincent Pizzuto)
¿A quién no le han dicho: ¡Camina!
Se recomienda andar, hacer ejercicio,
gastar calorías, oxigenar la mente,
respirar aire limpio, moverse.
Se puede caminar por el tiempo prescrito,
También, sin contar los pasos,
y contemplar, al ir andando,
el bosque y la espesura en armonía.
Es fuerte la sequía, el campo adolece.
El tomillo resiste las heladas,
El carrascal permanece sereno,
mientras el águila rasga los cielos.
He leído la razón de ir descalzo,
que Dios le pidió a Moisés,
para saberse débil, y tomar contacto
piel a piel con la tierra, en relación amiga.
Y al observar los sonidos silenciosos,
he tomado las notas cadenciosas:
El fresco al alba, el sol del mediodía,
el despertar del viento, el tapiz del prado,
lo mullido del camino, por musgo generoso,
la resonancia de las propias pisadas,
y la certeza de adentrarse fascinado
en la presencia del Hacedor de todo
han traído a mis labios el himno y la alabanza.
Todo está quieto y vivo,
todo está en su sitio, en armonía,
y en lontananza se oye
el rugido del mundo un su trasiego,
mientras se respira la belleza del campo
en esperanza del tempero.