El día de San Bernardo hemos recordado muchas veces la historia que hemos vivido en Buenafuente, de manera especial a comienzos de los años setenta del siglo pasado. Entonces fuimos testigos de acontecimientos que nos parecieron providentes, en los que reconocimos la gracia y la misericordia de Dios para con este lugar monástico y para con sus monjas y le dimos gracias.
En aquellos años los medios de comunicación se hicieron eco de la precaria situación del Sistal; llegaron entonces los primeros amigos de Buenafuente, se restauró el inmueble del monasterio, se reconstruyó el claustro, se bendijo la nueva capilla y se rehabilitó la iglesia. Tuvo gran impacto dentro de la Orden la celebración de los 800 años de la presencia religiosa en este lugar. Todo era interpretado como bendición.
Comenzó también una revitalización de la comunidad; siempre había alguna postulante, el salmo 125 se hacía nuestro himno. Nos veíamos reflejados en el canto que los israelitas entonaban a su vuelta del destierro, cuando les parecía soñar y la boca se les llenaba de cantares por el cambio de los signos de negativos en favorables. Desde 1973, el Sistal se convertía en referencia eclesial y desde 1977, de la mano de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, fuimos referencia social a nivel nacional, por la ayuda social y religiosa a las gentes de los pueblos del entorno. Mientras, aquí crecía la hospitalidad para quienes se acercaban con deseos de orar.
Fuimos distinguidos por las autoridades civiles y religiosas. El nombre de Buenafuente resonaba en todas las diócesis de España y en el exterior, por los numerosos fieles, religiosos y sacerdotes que acudían a este lugar de silencio, soledad y desierto, para compartir con las monjas la liturgia y permanecer unos días en retiro espiritual.
Cada año, por san Bernardo ofrecemos a la abadesa una reflexión, al hilo de los acontecimientos que vivimos, mirados desde la fe. Hoy no podemos dejar de dar gracias a Dios por sentir su protección en esta hora de pandemia al no haber sufrido ningún caso de contagio en la reapertura de la casa de acogida y de la hospedería. Damos gracias por vuestra presencia significativa, hermanos sacerdotes, presididos por nuestro obispo D. Atilano, por Mons. Joan Enric Vives, quien nos dirige los EE, y por nuestro viejo amigo D. Juan José Asenjo. Damos gracias por la fidelidad de esta comunidad y de los laicos que permanecen en Buenafuente y hacen posible tener abiertas las puertas de la acogida.
Este año, celebrado el 775 aniversario de la llegada del Císter a Buenafuente, al observar la realidad, que no podemos ignorar ni ocultar, desde lo meditado durante estos días de ejercicios, me sigue resonando la cita que Mons. Vives nos invitaba a considerar: “Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, | mi dueño me ha olvidado». Y responde el Señor: “¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, | no tener compasión del hijo de sus entrañas? | Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas, | tus muros están siempre ante mí” (Is 49, 14-16).
La debilidad de la comunidad, mi propia edad, la escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas, después de 52 años de servicio como capellán, son preguntas en el corazón. Y ante el Señor, este día, me sumo a la oración de Carlos de Foucauld, que reza a diario la madre Abadesa, con la que iniciábamos los Ejercicios: “Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío.” Quiero profesar ante vosotros la confianza y el deseo de que todos los que aquí vivimos nos convirtamos en testigos del amor y de la fidelidad de Dios. Es momento de “amar por amor”, que diría san Bernardo.