El amor pasa por la vertical de la locura, de atracción fascinada, de la donación ilógica, extrema, en la que no se cuenta el tiempo, ni el coste, porque el corazón reclama la necesidad de la presencia y de la donación.

Jesús este día nos proclama el mandamiento del amor, el mandamiento nuevo, y no cabe comprenderlo como un concepto, ni como una obligación ética, sino como el impulso insaciable de darse, de donarse, de ser del otro, de ser de ti, de mí. Solo así cabe comprender el comportamiento del Maestro, quien por amor a su Padre, entra en la vorágine ilógica del enamoramiento irreprimible, por el que se entrega en favor de la humanidad, como expresión de amor divino y no por un colectivo innumerable, sino por cada persona concreta.

Jesús sube a Jerusalén imantado, atraído, por la voluntad entrañable de Dios su Padre, desde la experiencia de saberse amado, y sube deprisa, encabeza al grupo de los discípulos, al extremo de sorprenderlos en su ritmo y decisión. Ellos llegan a sentir miedo, al observar al Maestro, no solo en lo que les habla de su próxima muerte, sino de cómo asciende y por la decisión que manifiesta.

Esta tarde de la Cena Pascual, manifiesta que ha deseado celebrarla ardientemente. En correspondencia a la voluntad de su Padre, se siente en sintonía con el querer divino y se mete en la refriega.

Si estos días atrás hemos tenido noticias de voluntarios, que han dejado casa, tierra, seguridad, para solidarizarse con una nación invadida, y nos parece algo heroico y merecedor de reconocimiento. Al ver a Jesús hacer los gestos de la Última Cena: levantándose, poniéndose a los pies de los discípulos, lavándoles los pies, todo esto no se puede entender sino desde la locura del amor.

Esta noche nada es lógico. Que el Señor se despoje, se humille, tome la condición de esclavo, solo es explicable por amor, y por un amor que sin perder la cordura, impele a una entrega total, que desde fuera puede parecer insensata, como le advierte el discípulo: “Esto no te puede ocurrir”, o cuando intenta con una navaja defender al Maestro, ante un pelotón de forajidos.

Jesús en la Cena se dona a sí mismo, se rompe, dándose entero. Cuando uno ha sentido la fuerza del amor, puede comprender cómo no hay noche ni día, solo entrega. No se lleva cuentas del tiempo, ni se anota en el haber la ofrenda hecha, sino que se siente que es un privilegio, una suerte poder darse a quien se ama.

Somos destinatarios del amor loco de Dios, de quien pierde los papeles, y se convierte en donante agradecido, al dejarnos amar, perdonar, besar. Si nos resistimos, como intentó el discípulo, no tendremos parte en el proyecto de Jesús, en su reino.

Para pertenecer a Jesús, nos tenemos que dejar amar por Él. “Vosotros sois mis amigos”, “y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. “Tomad y comed”; “Tomad y bebed”, en el pan y en el vino se dio por entero y para siempre.

AutorMeditación

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