Natividad de Nuestra Señora
TEXTO EVANGÉLICO
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».” (Mc 7, 31-37)
“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 44, 11)
CONSIDERACIÓN
En la figura del sordomudo se concentra el símbolo de un pueblo que no ha oído el mensaje del Evangelio, y por tanto no puede ser testigo ni vocero del mismo. El sordo es mudo, quien no oye no habla, quien no escucha el Evangelio no puede comunicarlo. Sin embargo, el salmista describe proféticamente la fidelidad de María.
La fe entra por el oído. “Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad – «Escucha, oh Israel».” Jesús al explicar las parábolas del Reino señala la actitud mejor: “Los que reciben la semilla en tierra buena, escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno” (Mc 4, 20). San Benito inicia su regla: “Escucha, hijo, los preceptos del maestro y préstales el oído de tu corazón”. María respondió: “Hágase en mí según tu Palabra”.
La invitación que recibimos este día es a escuchar la Palabra, y quien lo hace y la lleva a término se convierte en familia de Jesús: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21).
PROPUESTA
¿Escuchas la voz interior que te llama hacia el bien? ¿Escuchas o lees las Sagradas Escrituras? ¿Te haces mensajero y testigo de lo que has visto y oído?