“Dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27).
Por último, señalamos el tacto, presente en la aparición a las mujeres: “Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él” (Mt 28, 10). El Cuarto Evangelio alude al tacto cuando Jesús le dice a María Magdalena: “No me retengas” “suéltame” (noli me tangere) (Jn 20, 17). Este sentido se aprecia, sobre todo, cuando el Resucitado muestra sus manos heridas e invita a Tomás a palparlas: “Dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27).
La pedagogía del escritor sagrado nos enseña que necesitamos incorporar en la experiencia de fe la corporeidad. Necesitamos tocar, besar, palpar, gestos que se imprimen en la memoria y que consuelan. ¡Cuántas expresiones piadosas manifiestan el afecto y la fe tocando y besando los iconos!
Sin duda que desde el sentido catequético de los textos, los distintos autores han querido dejar testimonios evidentes, avalados por la certeza de la experiencia sensorial de la resurrección de Jesús. A su vez, cabe interpretar que no se trata tanto de una experiencia física cuanto de una experiencia de fe, a modo de las experiencias místicas.
No parece lógico que aquellos que han vivido tres años con Él no reconozcan al Maestro cuando se les presenta después de tres días. Ni que tampoco lo hagan los dos discípulos que caminan con Él durante toda una jornada.
Otra percepción diferente debe de ser la que les infunde a los testigos la firme convicción de que Jesús ha resucitado. No pretendo juzgar los relatos en su dimensión histórica, ni hacer de ellos una interpretación literal. Los considero desde una perspectiva teologal, y desde esta lectura sapiencial cabe interpretar que se trata de una experiencia personal de los que acogieron con fe la enseñanza, y no solo como información de hechos ocurridos.
Para comprender mejor las escenas pascuales, nos ilumina santa Teresa. Ella explica lo que ve y lo que toca, y sin embargo, nadie que está junto a ella ve lo que ella ve, ni percibe lo que ella siente. “Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor que o ensanchase mi bajeza o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor confusión y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes” (Las Relaciones 35).
PROPUESTA
¿Pones tus manos en las necesidades del prójimo, como el buen samaritano?