Con su camisa y sus pantalones de color pardo verdoso, se confundía con los troncos y los helechos, era uno más del bosque, uno más entre las plantas y tantos animales que vivían su vida oculta, ignorada por casi todos los seres humanos.
Formaba parte de un mundo que los hombres desconocían, un mundo lleno de aventuras, de sorpresas, de alegrías y también de sufrimientos, a veces de mucho sufrimiento.
Este es el mundo de este cuento. Un mundo que muchos ignoran y a otros muchos no les importa destruir. Un mundo que el niño quiere proteger.
Él sabe que todo está lleno de vida, cantan los pájaros y cada canto tiene su significado: que se están cortejando, que están haciendo nido, que están incubando, que han nacido los polluelos, que están defendiendo su sitio… Y entre las hojas caídas y entre los helechos se mueven otros animales, topos y tejones, y lagartos, y ardillas…, y otros grandes, corzos, jabalíes y ciervos y más…, pero vienen con los coches, se meten por el monte dando voces, sin mirar por donde pisan, y ponen sus músicas…
Y ¿qué puede hacer un niño solo que no tiene más arma que unos prismáticos y un amor muy grande a todo aquello?
