Cristo de Buenafuente

Solitario crucé los montes y barrancos,

sin voz, ni palabras escuchadas.

Anduve conmigo mismo despojado,

al sol, al viento, al cielo raso.

Inmensa soledad amanecida,

con vuelo de altura acompañada.

El diálogo era ficción con los arbustos,

el eco, respiración de mi cansancio.

Se pasaron los años del estreno.

Anónimo caminar por los senderos.

Encinas, marojos y requejos

salían a mi paso preguntando.

¿Quién eres, que no te conocemos?

Hace tiempo que nadie pasa contemplando.

¿Quién eres, que vas tan solitario,

buscando lo que sabes llevas dentro?

Y sobre mi ser le pregunté al viento,

y me trajo a mi piel hielo y frío.

Pregunté a la nieve, que me mostró

la huella hedida de mis pasos.

Pregunté a la fuente, y no dejó su canto,

al horizonte, y me trajo la noche.

Pregunté a la noche, y me pudo el sueño,

Y en sueños escuché el tañer de las campanas.

Solo, enmudecido, desierto,

crucé los años segundos y primeros,

con riesgo de locura o de mendigo,

de no haber intervenido a tiempo el cielo.

El Tú se hizo historia en lo secreto,

sin figura, ni imagen de consuelo,

fui testigo de mi grito y esperanza,

imprevisible cada día el reto.

Y el grito lo escucharon los humanos,

mandados, como ángeles, sin saberlo,

y todo comenzó, aunque era invierno,

que el amor se hace fuerte en la intemperie.

Amigos del alba, de tercia y de la undécima,

hoy sois ungidos testigos de la historia,

del sueño hecho repique en la espadaña,

Por vuestra manos gratuitas y hacendosas.

Hoy son las manos levantadas

por justicia, por honor, agradecidas.

Aquí tenéis salterio de alabanza

¡Fortaleced el coro y a las hermanas!

¡Que cante el manantial y las ojivas!

¡Que entonen las voces centenarias

un solo himno con los niños,

al Santo, al inmortal, a Jesucristo.

me parece sonar

AutorMeditación

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