TEXTO BÍBLICO
“Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado»” (Jn 7, 28-29).
COMENTARIO
Jesús no se arredra, da testimonio en público y en voz alta. Pero lo que hoy nos advierte es sobre nuestro conocimiento de Dios, que en definitiva es sobre nuestro amor a Dios. A veces se interpreta que conocer es comprender, pero a Dios no es posible comprenderlo ni abarcarlo. San Agustín decía: “Si puedes comprenderlo, no es Dios”. Él es siempre más, y cabe amarlo a través de la contemplación, que se manifiesta en “deseo, unión, deleite, conocimiento íntimo” (Janet P. Williams, “Un Dios que es siempre más”).
IMAGEN – PANTOCRÁTOR
Jesús conoce a Dios, es reflejo de su ser, impronta de su amor, revelación histórica: “Quien me ha visto a mí ha visto a mi Padre”. Dios no es una idea, es relación personal, amor concreto, a quien lo ama se le revela, y le asegura habitar en su interior. “Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
LA CONTEMPLACIÓN
“Una meditación desprovista de consuelo espiritual es a menudo la forma más pura de oración porque se ofrece por sí misma” (Vincent Pizzuto, “Contemplar a Cristo”, 29) No podemos ver a Dios, pero podemos amarlo.
PROPUESTA
En tu oración, ¿buscas el consuelo, o deseas expresar una relación amorosa con Dios?