TRABAJAR EN TIEMPO DE PARO
Señor, «¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado» (Jn 6, 28-29).
Si por ser lunes te has levantado con la inercia mental de ir al trabajo, sin darte cuenta de que estamos en cuarentena y de que está prácticamente todo cerrado; si, aunque eres consciente del confinamiento, se te salen los pies por la puerta porque deseas hacer algo; si te abruma que ya has limpiado tres veces la misma habitación…, ¿qué puedes hacer entonces?
Estar sentado todo el día te harta; comer demasiado te engorda; estar pendiente de los medios, te aburre; escuchar las noticias, te entristece; pensar en los tuyos, te preocupa; practicar terapias, ya es demasiado, estar bien, te parece casi un agravio…
Y cuando estoy con todos estos argumentos, conformándome a vivir cada día lo mejor posible el aislamiento, me encuentro con la Palabra de Dios de este lunes III de Pascua, que me dice: “Esta es la obra que Dios quiere, que creáis en el que Dios ha enviado”.
Podría parecer que creer es un ejercicio mental y que no implica trabajo material, que es algo muy espiritual y no conlleva el empeño de las manos. Y sin embargo, Jesús les dice a los que le preguntan qué hacer para realizar las obras de Dios: “Creer”.
Y, de pronto, viene a mi memoria lo que es posible para los que creen: “En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible»” (Mt 17, 20). «En verdad os digo que si tuvierais fe y no vacilaseis, no solo haríais lo de la higuera, sino que diríais a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y así se realizaría. Todo lo que pidáis orando con fe, lo recibiréis» (Mt 21, 21-22). «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería (Lc 17, 6).
Los Evangelios nos narran hechos sorprendentes referidos a quienes tuvieron fe. Jesús le dijo a un leproso samaritano: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (Lc 17, 19). Un ciego suplicó al Señor: «Señor, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado» (Lc 18, 41-22). Una mujer sirofenicia, enferma, tocó el manto del Señor, y se curó, y Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz» (Lc 8, 48).
Y me pregunto: en la terrible situación que estamos padeciendo, cuando el papa Francisco ha rezado como lo hemos visto para que el Señor se apiade; cuando hay tantos orantes en el mundo, y se hacen tantos ofrecimientos piadosos para que pasen estos días de calamidad, ¿nos faltará fe?
Este día, la liturgia de la Palabra nos invita a creer en Jesús como la mejor obra. También nos ofrece el martirio del diácono san Esteban, a quien no le faltaba fe. Y sobre todo, al mirar al Crucificado, se descubre que la Cruz de Jesús no es desamor de Dios. Es momento de purificar la fe, de pedirla como el apóstol, y de sentir la bendición: “Dichosos los que sin ver, creen”. Y dice el Evangelio: Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 22, 31).