XXXIII

Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida» (Lc 21, 6-9).

XXXIIIComentario

Estamos terminando el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. Por esta razón, la Iglesia nos ofrece textos que iluminan la perspectiva del final del tiempo, pero a su vez lo hace brindando enseñanzas que dan esperanza. Cuando se habla del fin del mundo, suele orquestarse todo un escenario apocalíptico. Sin embargo, Jesús nos invita a mantener una actitud serena: “No tengáis miedo”.

El ser humano está llamado de manera personal e individual al encuentro con su Hacedor, y esta verdad afecta al sentido de la vida. Quienes dan fe a la revelación cristiana saben que el encuentro con Jesucristo es una buena noticia.

En el arte se ha representado el cielo y el infierno de muy diferente manera. El lenguaje teológico, e incluso el bíblico, obedece al contexto cultural y en cada época las verdades eternas se expresan con diferentes imágenes. Demasiadas veces se acusa a la Iglesia por haber utilizado el discurso del miedo. No obstante, sin amenaza alguna, la verdad que toda persona debe asumir es su finitud temporal.

Quizá el momento presente se caracteriza por el silenciamiento de las postrimerías. Tenerlas en cuenta, sin embargo, es un principio de sabiduría. Aquellos que viven teniéndolas en cuenta saben valorar la realidad, a la vez que saben que la existencia es una peregrinación.

El peregrino no se detiene en la imagen placentera, avanza hacia la meta con el despojo permanente de lo que debe dejar atrás. San Pablo nos da ejemplo cuando dice: “Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14).

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