«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20, 27-38).
COMENTARIO
En las diferentes alianzas de Dios con su pueblo, se desarrollan las verdades reveladas. Frente al deísmo que imagina un dios sádico y matón, que exige lo imposible, Dios se muestra Señor de la vida en la alianza con Abraham. Cuando el patriarca se disponía a sacrificar a su hijo Isaac como ofrenda religiosa, la voz de Dios interviene: «¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada» (Gn 22, 11-12).
Estamos en el tiempo especial de recuerdo de los fieles difuntos. La Iglesia escoge el texto lucano en el que se proclama la vida futura y la resurrección de los muertos. Es muy diferente vivir con el horizonte de la vida eterna de hacerlo teniendo como final la nada. Y cabe que surja el poema más esperanzado, y la llamada profética de vivir de manera anticipada los valores del Reino de Dios.
AMOR INESPERADO
Nunca imaginé tanto respiro
en tiempo de soledad y silencio recio.
El miedo se ausentó de mis entrañas
y se hizo anchura el desierto.
Siempre me impuso la intemperie,
el quedar a solas, sin abrigo,
y de pronto se hizo abrazo el frío
y la celda sobria se colmó de alivio.
Es un don la libertad de corazón,
y la mente serenada en la plegaria.
Sin nada más que saberse amado,
certeza amanecida sin aviso previo.
Es distinto decirlo que sentirlo,
diferente desearlo que vivirlo.
La ascesis no logra la distancia,
de aquello que esclaviza y que retiene.
El regalo inesperado del amor,
deja sentir el vuelo sin nostalgia,
el despojo de la presencia sin herida,
caminar por las estepas humanas.