“Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!». Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén». (Ap 7, 4.9-12)
COMENTARIO
Parece refugio hablar del cielo cuando la tierra arde de violencia y se nos ofrecen imágenes terribles de guerras, genocidios, migraciones, desplazamientos humanos, pobrezas… Cuando hemos tenido que bajar los ojos ante proyecciones de videos que mostraban hasta dónde los humanos somos capaces de hacer mal, la santidad de muchos nos permite tener esperanza.
Ha llegado a parecerme frívolo considerar la belleza de unas rosas, cuando me llegaban noticias de la masacre obrada en Israel y en Gaza. Sin embargo, en esta hora se hacen más necesarias la belleza, la bondad, la santidad, la generosidad, la trascendencia y la confianza. Los santos son testigos, en medio de esta sociedad, de la buena nueva.
Es momento de asociarnos a los mejores, a los buenos, a los bienaventurados, a los testigos que nos anticipan el cielo. Al igual que el ser humano es capaz de enviar un arma mortífera, podemos enviar en favor del mundo la plegaria, el bien hacer y la honestidad.
PROPUESTA
¡Puedes ser un ofrecimiento anónimo de santidad y de bondad!