¿Cómo encarar un año tan difícil, en el que se cierne el peso de la inclemencia del virus, de la pérdida de relaciones, del posible paro y de la quiebra económica?
No hay respuesta mágica, ni ya consuela la palabra amable, que tan solo lleva buenos deseos, pero que la realidad se encarga de desnudar.
Se habla de fronteras, de confinamiento, de convivir con el virus, de expansión de la pandemia, del desbordamiento de los hospitales. Cada día las noticias relacionadas con el Covid 19 acaparan casi la totalidad de los informativos.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, en el medio rural y en los territorios vaciados de población, continúa transcurriendo una forma de vida discreta, serena, en medio de la naturaleza, en trabajos domésticos, y en convivencia familiar amiga.
He copiado de quienes se confinan voluntariamente, los monjes y las monjas contemplativos. Vivo cada jornada al ritmo de la Liturgia de las Horas. Intento no caer en la inercia, ni en la apatía. Rezo, hago labores domésticas, escribo, leo, paseo, y lubrico el día con el cántico monódico de los salmos.
Es tiempo para vivir lo esencial, de manera austera, sin perder la perspectiva de lo que es pasajero y de lo que es eterno. No puedo imponer a nadie una forma de vida que necesita paz interior, para que pueda ser interpretada y asumida como favorable.
Una máxima que Jesús invita para tener en cuenta es: “Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6, 34). San Juan XXIII se decía a sí mismo: “Solo por hoy…”
De la andadura por el Camino de Santiago tengo la experiencia de que cunando debía remontar una fuerte pendiente, si bajaba los ojos y daba un paso tras el otro, llegaba a la cumbre sin angustia. Pero si, al tiempo de sentir la fatiga, levantaba la vista y ponía ante mí el horizonte de la montaña, me parecía algo inalcanzable y caminaba con la presión mental de que no podría llegar hasta la cima. Un pie saca al otro en el desierto.
Sé que no son tiempos fáciles. Corremos el riesgo de desnaturalizar nuestras relaciones, al ir perdiendo el contacto presencial con las personas amigas. Un alivio es la comunicación virtual, la oración solidaria, el saberse recordado y querido. Ayuda la Palabra de Dios, observar lo bueno y lo hermoso que sigue sucediendo, y confiar en que todo pasará y habremos aprendido a valorar lo que es caduco y lo que permanece.
Te deseo un tiempo propicio, y que no te falten las fuerzas en el combate diario.