Ante la inclemencia de la ola de frío y de la pandemia, saltan las noticias de personas solidarias. Son muchos quienes, de manera anónima, como dice el texto del Evangelio, ayudan a otros a soportar el peso de su enfermedad, de su aislamiento y despojo, de su quiebra y de su soledad.
Gracias a los camilleros voluntarios y creyentes, el paralítico de Cafarnaúm experimentó la curación espiritual y física. ¡Cómo necesitamos el gesto amable, atrevido, generoso, gratuito y oportuno de los que no pierden nunca la esperanza!
La tormenta, la pandemia, la misma existencia reclaman lo más noble de nosotros mismos. De no haber sido así, el paralítico nunca habría podido acercarse a quien le libró de su incapacidad. Y tantas personas no tendrían hoy la ayuda necesaria.
¡Cuántos gestos nobles se derraman cada día, sin ser noticia, sin saberse el nombre propio de quienes los realizan! Gracias a ellos la vida se hace soportable y es posible llevar el peso que sobrecarga los hombros de tantos, que de no tener quien les ayude, permanecerían en su postración.
Entre los camilleros, de la forma más anónima, están los orantes, los que desde la fe imploran al Señor por todos, para que pase la pandemia, consuele a los tristes, alivie la angostura de los que sufren, acontezca la providencia de la mano tendida, y dé descanso eterno a los que mueren.
Soy testigo de los camilleros espirituales, que de manera gratuita elevan sus manos para hacer soportable la prueba y para que la humanidad recobre su aliento, y hasta su fiesta. De manera personal soy beneficiario de tantos que estos días rezan por nosotros en horas recias ante el fallecimiento de mi hermana y de su marido.
¡Gracias, amigos, camilleros físicos y espirituales, por lo que hacéis de manera anónima y gratuita! Tened la seguridad de que nada se pierde.