Retablo Monasterio Buenafuente san Bernardo

Retablo Monasterio Buenafuente san BernardoSr. Arzobispo de Valladolid, querido D. Luis, amigo de Buenafuente, que venías al Sistal con los seminaristas de esa diócesis. Queridas hermanas y amigos todos:

Cuando nos disponemos a celebrar el próximo mes los 50 años de la llegada de los primeros “amigos de Buenafuente”, con motivo de celebrar en 1973 la Semana Santa, no podemos olvidar que este Monasterio de la Madre de Dios, de monjas cistercienses, fue fundado en 1245, y que prácticamente de manera ininterrumpida, generaciones de monjas han dado testimonio de fidelidad al don recibido de consagración en la profesión de la Regla de San Benito.

Aunque he quedado como único testigo de los últimos 54 años, las piedras de esta iglesia, sus retablos, sillería, imágenes, de manera especial la del Santo Cristo de la Salud y la Moreneta, el manantial de la Buena Fuente, nos ofrecen, no solo los vestigios de una historia, sino la constatación de una Providencia, que supera la suma de los esfuerzos humanos por mantener abierto este lugar de oración. El documento que se conserva en el archivo, fechado de 1177, y los 778 años que han trascurrido desde la llegada de las primeras monjas, no nos permiten reivindicar protagonismo. No obstante a que somos testigos del derroche de amor y ayuda recibidos por tantos, cada vez más, tengo la convicción de que Buenafuente es un signo de la Providencia divina.

Hoy, con motivo de la fiesta de San Bernardo, os invito a dar gracias a Dios. Sólo Él conoce la ofrenda que ha supuesto mantener vivo este lugar monástico. Si en estos últimos tiempos hemos conocido los rigores del frío, ¿Qué no sería pasar los inviernos durante los siglos en los que no había luz eléctrica, ni calefacción, ni agua corriente, en este lugar aislado, sin carreteras?

Ante esta historia de fidelidad generosa, no cabe, en quienes hoy habitamos Buenafuente, especialmente vosotras hermanas, otra actitud que entonar un salmo de alabanza. Aunque, quizá, el contraste social y cultural que hoy se da entre cómo se vive en el Sistal y el modo de vida en la ciudad, sea mucho mayor que quizá el que se daba en los siglos XIII al XX, el haber recibido el testigo de los ocho siglos de vida monástica, nos invita a ser responsables en mantener y en transmitir esta historia de amor de Dios.

La historia del Císter nos invita a confiar en estos momentos recios. Si los padres de la Orden vivieron circunstancias adversas, hasta que llegó san Bernardo con treinta compañeros, y los monjes blancos se expandieron por toda Europa, sin tener otra certeza mayor que la fe, haciéndome eco de lo que cantaba Madre Teresita, aunque ella misma decía que la tendrían por loca, me atrevo a exclamar: “¡Buenafuente no se acaba, no se acaba Buenafuente!”.  Tengo por seguro que las monjas, que hemos conocido y ya gozan de Dios, interceden por nosotros: Sor Bernarda, Sor Trinidad, Sor Purificación, Sor Carmen, Sor Esperanza, Sor Mª Peña, Sor Corazón, Sor Inmaculada, Sor Teresita, Sor Maribel, y las Madres Teresita, su hermana, la Madre Margarita, y Madre Soledad son nuestras mejores valedoras, ante la Madre de Dios, y de su Hijo, Jesucristo.

Queridas hermanas: M. María, Sor Lucía, Sor Soledad, Sor Inmaculada, Sor Marianela, y Brígida, recibid el tesoro de fidelidad y de oración, que tantas monjas nos han dejado. Amigos, pidamos al Señor, por intercesión de san Bernardo, que esta historia de amor de Dios, siga siendo un signo elocuente para el hombre de hoy y generaciones sucesivas.

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