Éxodo 12,1-8.11-14; Salmo 115; Corintio 11,23-26; Juan 13,1-15
TEXTO EVANGÉLICO
“Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn 13,1-5).
TIEMPO DE ABAJAMIENTO
Al contemplar el gesto de Jesús en la Última Cena: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos»” (Mc 11,43-45). Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,12-14). Quienes sienten la llamada al discipulado, tienen en el ejemplo del Maestro el camino trazado: servicio, humildad, despojo, entrega, ultimidad, por amor. No como complejo de inferioridad, sino como ejercicio de libertad, libres de sí mismos, de toda atadura al poder, al tener y al placer.
JESÚS, EL MAESTRO, A LOS PIES DE LOS DISCÍPULOS
El icono del lavatorio de los pies contiene el significado eucarístico de la entrega total. San Pablo describe en la Carta a los Filipenses el misterio del anonadamiento de Jesús: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Flp 2,6-11). En la Encarnación, Dios se ha manifestado en nuestra carne débil, para que la fragilidad humana adquiera la dignidad de la filiación divina.
PROPUESTA
El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre»” (Jn 12,25-28).