Dt 18,15-20; Sal 94. “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón” 1Co 7,32-35; Mc 1,21-28.
EVANGELIO
“Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él” (Mc 1, 24-26).
COMENTARIO
Este año toca leer el Evangelio de san Marcos. Cada domingo del Tiempo Ordinario se hará de él lectura continuada. Sin embargo, al ser corto el texto, en verano se proclama el discurso del “Pan de Vida”, de Jn 6.
Jesús aparece en la sinagoga de Cafarnaúm. Sorprende que allí esté presente alguien que tiene el espíritu inmundo y que acuda a la reunión sagrada del Sabbat. “Quizá no existan demonios personales en sentido ontológico (el demonio es antipersona), pero lo demoniaco existe y constituye la amenaza mayor de la humanidad” (X. Pikaza).
Este evangelio me ha traído a la memoria unas advertencias que nos hace Jesús para librarnos de vanas seguridades. Dice el texto sagrado: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. (Lc 13, 25-27) Y en otro lugar nos advierte: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”” (Lc 7, 21-23).
Sin embargo, el Evangelio destaca el poder y la autoridad de Jesús sobre los malos espíritus. Debemos vivir confiados en su poder y en su mediación para no caer en angustia ni en autovalimiento. San Pablo es contundente cuando afirma: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10-11).
Creemos en Jesucristo, Él es el Salvador, el Redentor, la manifestación suprema de Dios. No creemos en un talismán, sino en una persona. Los escribas le acusarán de actuar con el poder de Belcebú. “Jesús responde apelando al aliento/dedo de Dios, presentándose de este modo como representante suyo, vencedor de Satán” (X. Pikaza).