
Acabamos de celebrar en Roma el III Encuentro de los Misioneros de la Misericordia, una institución del año 2016, Año de la Misericordia, que el Papa ha querido introducir en la nueva Constitución de la Iglesia.
Han sido días remecidos de luz, de acogida, de belleza, de encuentro humano, de oración y de misericordia.
Las lecciones que nos han ofrecido los distintos conferenciantes han esponjado el corazón, de manera especial la impartida por el cardenal Raniero Cantalamessa y, sobre todo, las palabras que el Papa nos dirigió a los misioneros en la audiencia especial que nos ofreció generosamente a pesar de su dolencia física.
El Papa nos recordó sus enseñanzas anteriores, y nos ha vuelto a indicar el modo de ejercer la misericordia, a la manera de los hijos de Noé, extendiendo la manta del perdón para cubrir la vergüenza del pecador.
Hemos sido acogidos y enviados a mostrar el rostro misericordioso de la Iglesia, con el encargo de no guardarnos en el bolsillo el tesoro que llevamos los misioneros, el de ofrecer el perdón siempre, sin tener que acudir a protocolos penosos.
Este año el Papa nos ha propuesto la figura bíblica de Rut, la moabita, mujer pobre, extranjera, llena de
Los misioneros hemos convivido y compartido experiencias; hemos rezado juntos, nos hemos acogido en el sacramento del perdón concelebrado junto al Papa, y todos nos llevamos el obsequio de una estola, regalada por el Papa, ornamento litúrgico, que hace referencia al vestido de fiesta que se recibe con la gracia del perdón sacramental.
Al escuchar al Papa lo que él desea de los misioneros, se comprende que es una misión inmerecida. Sólo cuando uno se siente perdonado, y tantas veces, se mueve a perdonar.
Una vez más, nos venimos agradecidos al Pontificio Consejo de la Nueva Evangelización, presidido por Mons. Rino Fisichella.