
Visitación
María dio fe a las palabras del Ángel, y el Espíritu Santo la convirtió en Madre de Dios. Abraham creyó en la promesa que le había hecho Dios y, ya anciano, engendró a su hijo Isaac. Isabel y Zacarías, ancianos y estériles, fueron padres del precursor del Mesías. Dios puede dar a la estéril siete hijos y a la madre de muchos dejar baldía.
En María se proyecta el cántico de amor de Dios y cabe escuchar al verla subir gozosa y ágil a la montaña:
“¡Un rumor…! ¡Mi amado! | Vedlo, aquí llega, | saltando por los montes, | brincando por las colinas. Es mi amado un gamo, | parece un cervatillo. | Vedlo parado tras la cerca, | mirando por la ventana, | atisbando por la celosía. Habla mi amado y me dice: | «Levántate, amada mía, | hermosa mía y vente»” (Ct 2, 8).
El Adviento es tiempo de canciones, de villancicos. Los auroros rondan al alba la ciudad para avisar de la
Isabel se asombra ante María. El asombro es la reacción justa ante el misterio de una virgen que va a dar a luz. “Escucha, hija, mira: inclina el oído, | olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: | póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene bellísima, | vestida de perlas y brocado” (Sal 44, 11-13).
La Iglesia, cada tarde, toma el cántico de María y con él da voz a todo el universo, en acción de gracias por la maravilla de la creación, de la Encarnación y de la Redención. “El Señor hace proezas con su brazo”.
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