Anunciación
En las representaciones anteriores, toda la escena tenía lugar en un espacio doméstico e interior. Bartolomé Murillo (1660) une de forma efusiva el cielo con la tierra, introduciendo un sinnúmero de ángeles que cortejan el acontecimiento de la Encarnación.
El ángel arrodillado, María vestida de rojo por dentro y de azul por fuera, nos muestran el canon icónico de la Encarnación.
El cestillo con la ropa blanca adelanta el trabajo artesanal de la Nazarena, cuando el evangelista narre el nacimiento de Jesús, a quien la Virgen envolverá en pañales.
El pregón pascual resuena ante la visión de Murillo: “¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, la tierra con el cielo!” El cielo está en la tierra. Por el misterio de la Encarnación, lo humano se diviniza y la materia se ilumina.
Observando atentamente, percibimos una especie de movimiento circular, por el que cabe advertir que todo está relacionado en el amor infinito de Dios.
La Virgen no comprende, y sin embargo, el ángel le dice que es la Llenada de gracia. Ella se turba, se sobrecoge, sobre todo porque en las palabras del personaje celeste se contiene una afirmación que supera la razón: “La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, y el que va a nacer será llamado Hijo de Dios”.
Ante el misterio de la Encarnación cabe lucubrar, pero también cabe arrodillarse como hace el ángel y como hace María. Pues lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
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