¿A QUIÉN LE TOCÓ LA TÚNICA DE JESÚS?
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 23-27).
Señor, ¿a quién le tocó tu túnica? Por el relato evangélico, parece como si llevaras algo de valor, cuando intuyo que después de la flagelación que sufriste, y del camino hasta el Calvario, difícilmente se mantendrían tus ropas con algún atractivo. ¿O es que los soldados comprendieron que tenían entre manos a una persona especial y les impusiste un sentimiento extraño de atracción, por el que desearon llevarse algo de ti?
Si se repartieron tus ropas, y echaron a suerte tu túnica, ¿a quién le tocó? El Evangelio, inmediatamente después de lo que hicieron los soldados con tus despojos, refiere que te dirigiste a tu madre y pronunciaste palabras entrañables, como si quisieras consolarla de haber visto cómo sorteaban tus pertenencias.
La tradición venera las sábanas en las que te envolvieron, y el sudario con el que te cubrieron el rostro a la hora de la sepultura, pero no existe ninguna tradición sobre tu túnica. ¿A quién le tocó?
El Evangelio dice que era de una pieza y sin costura. ¿Acaso esta descripción significa mucho más que la literalidad? Si la echaron a suertes, en vez de ser una parte del botín de los soldados, se supone que ellos mismos apreciaron algún valor mayor, por el que ninguno podía ejercer el derecho de posesión.
Desde estas observaciones, intuyo que la túnica sin costura, de una pieza, no solo significa el vestido que llevabas, sino tu misma humanidad, y que al no señalar el evangelista el destinatario de tal prenda, ni venerar la tradición una reliquia tan preciosa, quizá se pueda interpretar de que tu túnica nos ha caído en suerte a cada ser humano, pues al revestirte Tú de nuestra naturaleza nos has hecho semejantes a ti, y por esto te diriges inmediatamente a tu madre, para entrañarnos en ella como hijos suyos.
Si el apóstol Pablo nos aconseja revestirnos del hombre nuevo, gracias a tu humanidad podemos rehabilitar nuestra vieja condición. Supongo que a quien le cayera en suerte tu túnica la guardaría como la más preciosa reliquia. Cualquiera de nosotros la veneraría como un tesoro, y resulta que llevamos en nuestro cuerpo el mejor regalo, a costa de tu despojo. Siempre me impresiona la representación que hacen algunos pintores al plasmar la imagen de san Bernardo, revestido con una cogulla espléndida ante ti, desnudo y crucificado.
Señor, gracias a tu despojo llevo en mi carne el don de tu naturaleza humana, y por ella puedo llamar “madre” a quien te dejó su seno para formarte como un hombre cualquiera. Nos has regalado no solo invocar como madre a María, sino dirigirme a Dios como a mi Padre. Quizá el autor no quiso identificar al agraciado con la suerte de heredar tu túnica, porque nos ha tocado a todos.