“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28).
COMENTARIO
Jesús, en el discurso-parábola sobre el Buen Pastor, que es Él mismo, dice: “Mis ovejas escuchan mi voz”. En otros pasajes leemos: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca” (Jn 10, 24-25) Y sorprende hasta qué extremo repercute en la propia identidad el seguimiento de la voz del Pastor: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). Por estas afirmaciones se comprende la emblemática respuesta de María, la Madre de Jesús: “Hágase en mi según tu Palabra”, por lo que la Nazarena se convierte doblemente en Madre suya.
En otra parábola sobre el reino de Dios, el Maestro nos compara con un campo que recibe la semilla, y según sea la tierra, así se responde con más o menos generosidad. “El sembrador siembra la palabra, los que reciben la semilla en tierra buena, escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno» (Mc 4, 14. 20).
Señor: Hazme tierra buena, labrada y esponjosa, que reciba la semilla de tu Palabra y que arraigue en la hondura, que crezca y madure y dé mucho fruto. Ya sabes que ni el que siega, ni el que siembra son los que producen el fruto centuplicado, que solo se da gracias a ti, que concedes el incremento. Como afirma el apóstol: “Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer” (1Co 3, 6-7).
Que no sea yo como aquellos que denuncia la historia que endurecieron su corazón y te pusieron a prueba junto a la fuente de Meribá. Pero tampoco, que me quede en el goce de escuchar tu Palabra, como el que oye una buena música, ni en el deleite de los versos del poema, aunque sé que ayudan a preparar la sementera y abren las entrañas.
Reconozco que, en tantos momentos, te expresó buenos deseos, más enseguida los afanes y preocupaciones de este mundo me distraen y me quedo escuchando solo las voces de los medios sociales, que me producen agobio. Solo tu Palabra y tu voz de Pastor me conducen hacia fuentes tranquilas y reparan mis fuerzas. Lo sé por la paz que dejas en mi interior cuando, sin distraerme en lo pasajero de este mundo, sigo por el sendero de tus mandatos.
No dejes, Señor, de llamarme, de emplear tus métodos entrañables para que siga por las veredas de tu voluntad, como quienes reconocen tu voz y te aman. Que sea mayor la atracción de tu persona que mis deseos limitados al presente.