Vengo de enterrar en soledad a un paisano, forestal de estos pagos desiertos, vaciados, con pueblos cual fantasmas, ensombrecidos, cerrados. No sé si es real el lugar de donde vengo. Pero es real el hecho, el desierto, la soledad, el miedo, el encerramiento. Ya no tocan las campanas nada más que a muerto.
Y al llegar a casa, sin saber del todo lo que es verdad o sentimiento, me encuentro con la Palabra de este día gris, pardo, frío y lluvioso: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 32-35).
Querido amigo, a ti que llevas más de cincuenta días sin poder acercarte a la mesa del Señor y vives la experiencia de comulgar solo espiritualmente: hoy resuena la Palabra en labios de Jesús: “Yo soy el pan de vida”. “Es mi Padre quien os da el pan del cielo”. Acción en presente. Aquellos que seguían al Maestro suplicaban: “Señor, danos de ese pan”. Y el Maestro les confesó la prodigalidad de Dios, enviándole a Él para que fuera nuestro pan cotidiano.
No es atavismo religioso sufrir el síndrome de abstinencia espiritual cuando se lleva tanto tiempo sin poder comulgar ni ir a la iglesia. Es momento de comprobar la necesidad que tenemos de Dios. “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío”
Comprendo que no es actual el lenguaje que aprendí de niño, cuando mi madre cernía la harina, amasaba y metía en ella el reciento, hasta que fermentaba toda la masa. Y vuelve a mi memoria el vocabulario y la vivencia doméstica: artesa, cernedor, reciento, hogaza, pan candeal, horno de leña, olor a retama, cesta de mimbre, manos del labrador, cuchillo en mano, señal de la cruz, rebanada de pan tierno, beso al pan, bendición al cielo y advertencia de mi padre: “El pan es de Dios y no se tira, y si se te cae al suelo, bésalo”.
Es tiempo de bendecir a Dios en la mesa, de partir y repartir los bienes. Tiempo de valorar los dones, la salud. Es tiempo, al presidir la mesa, de invocar a quien nos da el pan de cada día. Hoy se valora la solidaridad, a la vez que se nos llama a ser austeros.
En las actuales circunstancias, cabe hacerse Eucaristía. Quien se nos da en el pan nos invita a darnos. Quien se declara pan del cielo, nos hace sacramentos suyos, al darnos a nosotros mismos. Se puede comulgar con Cristo en el pan cotidiano, si nos hacemos conscientes de que el pan es de Dios. Y podemos hacernos Eucaristía dándonos a nosotros mismos.
Si vives en familia y te duele la abstinencia del pan de Dios; si vives solo, y quizá te consuelas con la emisión del culto por algún medio de comunicación, puedes no obstante, tomar el pan y bendecir a Dios; puedes agradecer los dones y si te es posible, también compartirlos. Y en el desierto de esta cuarentena sentirás el maná de la paz en el corazón y la presencia del Resucitado en tu encerramiento. Él tiene capacidad de atravesar los muros.