“Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán»” (Mt 28, 9-10).
Ellas han atravesado el miedo, el riesgo y los fantasmas.
Un tanto temerarias, se expusieron a los guardias, defensores armados del sepulcro.
Atrevidas, sagaces, imprudentes, valientes y recias.
Ellas no hablan: besan, tocan, oyen, corren, anuncian.
¿Qué les pasa a las mujeres en Pascua?
Si no son testigos válidos, ¿por qué Jesús se les aparece en primer lugar y las hace portadoras de la noticia inesperada a quienes, sensatos, lucubran sobre volver a las antiguas tareas?
Mujeres del Galileo, Magdalena, María, Salomé… ¿qué le preguntasteis a quien tanto amabais? No se escucha nada de vuestros labios; solo se percibe temblor, emoción, adoración, amor…
¿Cuál fue el diálogo que mantuvisteis con el Resucitado en la mañana de Pascua? No oigo nada de lo que le dijisteis, y sí en cambio lo que Él os dijo: “Alegraos”. “No temáis”. “Id a mis hermanos”.
No dejéis de ser anunciadoras de la verdad que salva de hundirse en la nostalgia, en el miedo o en la manía persecutoria.
Dadnos valor, entereza, espontaneidad creyente, fuerza difusora para asociarnos a vuestro testimonio, y a coro, proclamemos la verdad que nos libra de sucumbir en esta hora de pandemia.
Quizá necesitamos arriesgar seguridades, exponernos en las horas oscuras, para ser testigos del alba, de la luz amanecida, ya sin ocaso.
Gracias, mujeres testigos del Resucitado por la noticia que nos dais de su parte.
PROPUESTA
¿Te arriesgas a creer que ganará la esperanza?