Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Salmo 104; Mateo 21, 33-43.45-46 TEXTO BÍBLICO “Israel amaba a José más que a todos los otros hijos, porque le había nacido en la vejez, y le hizo…

La Cuaresma llama a la reconciliación, a la purificación interior, a drenar todo egoísmo por confiar en la misericordia divina y no tanto por un ascetismo inculpatorio. A medida que pasan los años, se conoce lo que ensancha el corazón y lo que lo oprime, la felicidad que da la generosidad y la tristeza que presta el egoísmo.

Las lecturas, sobre todo el salmo, explican la razón por la que Jesús se dirige a Jerusalén, a pesar de que sabe el trato que va a recibir de las autoridades. No parece lógico que sabiendo lo que le espera, suba de forma tan decidida, si no fuera porque sigue la voluntad de su Padre, a la que se adhiere con total confianza.

El Evangelio inaugura un modo diferente de vida, y no como discurso de quien manda a otros sin comprometerse en nada. Jesús nos da el ejemplo más radical, pues siendo Señor, se hace servidor de todos. Sus palabras tienen autoridad moral, porque dice lo que vive, y no como quien dice y no hace

El papa Francisco nos propone constantemente la referencia a la misericordia, como dimensión esencial del cristiano. Y recurre a la escena en la que se ve a Jesús agachado y a la mujer pecadora, de pie, a quien le dice: “«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno.”

Jesús consolida la experiencia que tuvo en el bautismo en lo alto del monte. En ambos momentos se oye la misma voz: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. El secreto de Jesús es saberse amado de Dios. Desde esta conciencia se atreve a beber el cáliz de la Pasión, no como un héroe, ni por empeño, sino abandonado en las manos de su Padre.

Para que se experimenten como plenificadoras, la perfección, la virtud o la práctica de preceptos y mandamientos deben hacerse como expresión de una relación afectiva con Dios, respuesta al amor recibido de Él.

En tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos llama a reconciliarnos, llamada que abarca las dimensiones esenciales y engloba la reconciliación personal, la reconciliación social y la reconciliación teologal. Dios tiene poder para perdonar. Ante Él hay que solicitar humildemente misericordia. Nunca nos faltará el abrazo entrañable de Dios, si lo pedimos con sinceridad, y estamos en tiempo favorable para recibirlo.

El Maestro de oración apela a la bondad divina y a su misericordia, cuando de manera explícita lo vemos intercediendo por las necesidades de quienes se acercaban a Él por distintos motivos

La gran señal cristiana es la Cruz, y en ella, Jesucristo, inmolado como Cordero que da la vida en rescate de todos los hijos de los hombres.

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