EVANGELIO
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega” (Mt 13, 27-30).
COMENTARIO
Señor, si me hiciste Tú, y he nacido de tu deseo; si has derramado sobre mí tu Espíritu, si soy fruto de tu amor, imaginado y pensado desde antes de la creación del mundo, si me conoces desde antes de haber sido concebido por mis padres, si he sido llamado con nombre propio a ser de los tuyos, ¿por qué siento dentro de mí lo que sé que no es bueno? ¿Quién ha podido introducir en mi corazón la mala semilla, el mal deseo, el pensamiento contrario a tu voluntad?
Como los jornaleros de la parábola, yo quisiera también arrancar de mí los brotes salvajes de zarzas y ortigas, maleza que sofoca el crecimiento sereno del fruto de tu Palabra. Por tu misericordia, sé que soy campo capaz de rendir cosechas abundantes. Por tu gracia me has dejado alegrarme en tantos momentos al poder presentarte acrecentado aquello mismo que Tú me habías dado. Pero quisiera ser trigo limpio, mies que en la brazada del segador no llevara cardo pinchoso ni neguilla.
Y Tú, Señor, permites la convivencia del trigo y la cizaña, a pesar de que el trigal pueda sufrir merma de cosecha. ¿Por qué? Y leo en tu enseñanza la extraña sentencia: “Porque al recoger la cizaña podéis arrancar el trigo”.
Maestro, ¡si al menos la mala hierba hiciera crecer más robusta la espiga, y granara con mayor abundancia! Mas, tengo miedo de que en vez de que la virtud se acrisole en el combate contra el mal, este se adueñe del sembrado, y cuando vengas Tú a recoger la cosecha te encuentres el menoscabo de tu deseo.
Quizá albergas la esperanza de que me haga recio, y sobre todo siento que me pides algo que me parece retardar la ofrenda agradecida a tu siembra generosa: la paciencia. Parece que no te importa tanto el rendimiento final, cuanto el proceso de aceptación personal.
Líbrame, entonces, de mis movimientos extremistas, que pasan por la violencia del desprecio, o por el abandono del combate. Dame capacidad de soportar lo que sé que no es bueno y percibo en mi interior y, al reconocerlo, haz que esté atento para no justificar lo que sé que es cizaña. Sé Tú el labrador experto que sepa ver, a pesar de todo, que es más el trigo que la neguilla, más el grano que la mala simiente. “Actuando así, enseñaste a tu pueblo | que el justo debe ser humano | y diste a tus hijos una buena esperanza, | pues concedes el arrepentimiento a los pecadores” (Sab 12, 19).