
EVANGELIO
PERMANECER
El texto evangélico reitera por siete veces el verbo “permanecer”, lo que reclama la atención del lector y le hace preguntarse por qué tanta insistencia. De ello depende tener o no vida teologal, relación con Jesús, pertenencia a su Persona, certeza de actuar en su nombre, estabilidad creyente y cimentación segura de la propia existencia.
Si el Evangelio exige una opción tan radical de permanecer en el Señor, no es una exigencia injusta, pues quien ha prometido por su cuenta permanecer fiel es el mismo Dios: “Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tm 2, 13).
La Palabra de Dios es fiel, cumple su encargo, no vuelve vacía: “La palabra del Señor permanece para siempre” (1Pe 1, 25). Jesús compara edificar la propia existencia permaneciendo fieles a la Palabra con quien edifica su casa sobre roca, cimiento inconmovible, a pesar de todas las tormentas. Mientras que aquellos que construyen sobre sí mismos se arriesgan a que todo se desmorone, se hunda y se deprima.
El apóstol san Juan nos ayuda a un discernimiento interior sobre si se permanece o no en Jesús: “Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó” (1Jn 2, 6). “Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza” (1Jn 2, 10).
Si se quiere tener el sello de garantía, de autenticidad y el más objetivo, el apóstol san Pablo recomienda: Tú, en cambio, permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús (2Tm 3, 14-15).
Los que dan fe a la Palabra tienen el consuelo de saber que a pesar de la propia fragilidad, gracias a la fidelidad divina, siempre es posible comenzar de nuevo y no derrumbarse por una pérdida de autoestima, fundada únicamente en el éxito en los combates. Jesús nos promete acompañarnos e incluso hacerlo enviándonos un Defensor.