En Belén quiero entrar, en la cueva de pastores,
agachado y reverente, muy quedo.
Y en un rincón, permanecer contemplativo,
para ser testigo de la Nochebuena.
No haré ruido, ni hablaré, solo quiero estar
por ver, y hasta oler y respirar el amor más grande,
el de Dios al mundo, en un Niño desnudo,
amado, besado, por María y José.
¡No llores, Jesús!, que se me parte el alma.
déjate lavar, y en pañal envolver fajado.
Duérmete, Pequeño, entre asombro y amor,
que parece un sueño saberte mi Dios.
¡No habla José, y María calla! Todo es silencio,
asombro, estupor, que se encoje el alma
de poder tocar al Verbo divino, y hasta acariciar,
sin querer por ello despertar al Niño.
Es verdad que Dios se ha hecho visible,
y la Palabra toma humanidad.
No es sueño, ni cuento, leyenda o poema.
Es real la carne que invita a adorar.
No llego a alcanzar donación tan grande,
ni me puedo explicar dignidad sublime,
si sigo tropezando en mis pensamientos,
deseos y acciones, al tiempo que adoro.
Déjame sentir, Enmanuel, tu abrazo.
Déjame gustar el embeleso enamorado,
porque Tú me dices, Niño Jesús,
que has tomado mi carne para ser Tú en mí.
Y discurre la noche más clara que el día,
el fuego encendido que más calor da,
a costa del frío, pobreza y ternura,
a costas de Dios de carne mortal.
Navidad, 2022