«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!” (Lc 24, 25) «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? (Lc 24, 38)
COMENTARIO
Las expresiones del Maestro denuncian nuestras dudas crónicas y nuestros miedos reiterados. Aunque ya hayamos pasado la prueba, cuando se repiten las circunstancias adversas, volvemos a sentir el mismo miedo, porque perdemos la memoria de lo ya vivido, y cada presente nos parece absoluto.
El pueblo de Israel, acosado por el maltrato de Faraón, al ver la mano del Señor que los sacó de la esclavitud, podría haber permanecido desde ese momento fiel, agradecido, reconocedor del favor de Dios, y sin embargo, cada vez que se encontraban en una prueba, se ponían nerviosos y reaccionaban de manera violenta, lo que nos parece inexplicable. El profeta lo reconoce: “Mi pueblo es insensato, no me reconoce; son hijos necios que no recapacitan: diestros para el mal, ignorantes para el bien” (Jer 4, 22).
Pero si observamos nuestro propio comportamiento, nos sucede algo parecido. Los avisos de Jesús a los suyos nos deberían prevenir si escuchamos sus llamadas de atención en las que denuncia su torpeza y hasta su necedad.
Observamos en nuestra sociedad que, a pesar de lo vivido por generaciones anteriores, la historia se repite, como suele decirse, y se da un fenómeno cíclico. Y en vez de sacar lecciones acumuladas, volvemos a reincidir en los mismos errores.
Si es verdad que la torpeza humana es crónica, desde la fe debiéramos descubrir el dique de contención en el momento que saltan las alarmas, y no caer en el derrotismo desesperanzado. “¿Por qué os alarmáis?” es una pregunta que hoy se hace viral, pues las noticias nos hablan de estallidos de violencia, que a menudo son reacciones del cansancio. Suben de tono las protestas, aumentan los conflictos familiares, se evidencia la crisis social… Y en estas circunstancias parece lógico el miedo, la alarma, la duda…
La circunstancia adversa, desde la fe, se torna ocasión para acrisolar la confianza, y en las circunstancias actuales es ocasión para que surja la solidaridad y el testimonio de los valores evangélicos, o sea, todo lo contrario a quedar asustados, introvertidos y miedosos.
Jesús nos ha advertido: “Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). En vísperas de la Ascensión de Jesús a los cielos, es tiempo de recordar las enseñanzas del Maestro, al igual que las últimas palabras de un padre, antes de morir. Y el Señor, con expresiones que parecen para hoy, nos insiste: “Tened fe en Dios. En verdad os digo que si uno dice a este monte “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá” (Mc11, 22-23).