Ezequiel 47,1-9.12; Salmo 45; Juan 5,1-3.5-16

Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales»” (Ez 47,9-12).

TIEMPO DE DAR FRUTO

IV Martes Cuaresma 2024El Evangelio nos invita a ser tierra buena, labrada, humedecida, para que la semilla enraíce y dé fruto. “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16-20). San Pablo enumera algunos de los frutos del Espíritu: “Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5, 22-23). Los frutos se convierten en señal objetivadora. Es diferente la reacción emocional, como señala Jesús en la parábola del sembrador, que el rendimiento sazonado de los frutos.

JESÚS EL FRUTO BENDITO

 “Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».” (Lc 1,41-42) Si Eva nos ofreció el fruto prohibido, por el que todos pecamos. María nos ofrece el fruto bendito, por el que todos somos redimidos. Un himno cuaresmal canta: “¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto”. El Crucificado pende del árbol de la Cruz, y gracias al fruto bendito se restaura el bosque desolado “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios.” (Ap 2,7).

PROPUESTA

Fructificando en toda obra buena, y creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos plenamente según el poder de su gloria para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz” (Col 1,10-12).

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