Pila bautismal 13 1 2020

Evangelio

Pila bautismal 13 1 2020Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». (Mt 3, 13-17)

Comentario

No es indiferente que sea Jesús quien se presente a Juan, ni que el Nazareno venga de Galilea al Jordán, lugar que, según los datos arqueológicos, es el punto más bajo de la tierra. Jesús se anonada, se rebaja, se pone en la fila de los pecadores y asume la contingencia social del ser humano.

Sin embargo, como prolongación de la Epifanía del Señor, los evangelios no solo declaran que Jesús es el Mesías-Rey, y a quien adoran los Magos, sino que es el Hijo amado de Dios, el predilecto, en quien el Padre se complace, lo que declara con el título más íntimo posible.

Aquel que en el principio estaba vuelto hacia Dios, metido en el seno divino, en las entrañas paternas cuando toma con todo realismo nuestra naturaleza y podría parecer que su desclasamiento le separaba de su origen divino, acontece la revelación, que identificará a Jesús. Es la clave para comprender toda su historia.

La declaración que hace Dios y la unción que realiza el Espíritu Santo sobre Jesús, en el momento del bautismo, van a grabar su memoria, y será el secreto íntimo que le dará la fuerza más inimaginable, según se comprueba en los momentos más recios de la vida del Nazareno.

Tengo por seguro que es la experiencia íntima de saberse Jesús amado de Dios lo que le impulsa a subir decidido a Jerusalén, precisamente desde la ciudad más próxima al lugar del bautismo, y creo que es la memoria del amor divino permanente lo que le mueve a entregar su vida.

Por el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios, por adopción. Si por un momento se nos diera experimentar lo que supone esta identidad, no volveríamos la cabeza hacia atrás en nuestra fidelidad al Señor. Hoy tenemos la posibilidad de renovar las promesas bautismales, que no solo significan unos compromisos, sino que nos llevan sobre todo a reavivar el don de sabernos amados de Dios, hijos suyos, y desde esta certeza, ser testigos ante los demás del amor de Dios.

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