Cristo resucitado no es una noticia de ayer. Cristo resucitado no es una formulación dogmática para defender la fe. Cristo resucitado está vivo, es una persona, interviene en el corazón del hombre, no puede pasar sin atravesar los muros de nuestro corazón y decirnos: “Paz a vosotros”.
El cenáculo, el lugar donde se percibe la presencia viva del Señor, es el propio corazón. Jesús buscó al amigo en su casa. Se deja sentir en el espacio interior. Una vez que se acallan las voces exteriores, y se calma la mente de pensamientos extraños, se percibe la presencia del Señor por la paz que inunda. En el hondón del ser emerge su voz que invita: “Trae tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente”.
Jesús se deja palpar en las heridas, en las tuyas y en las mías, en la fragilidad. Si uno se atreve a reconocerlo, se iluminará sus llagas, y se convertirá en testigo de Pascua, porque se descubrirá llevando las señales del Resucitado.
No es poesía, ni son bellas palabras de alguien que desde fuera invita a reconocerle. Es el Señor, sin voz se escucha su invitación a salir de todo encerramiento. Sin visión, se es consciente de recibir la mirada misericordiosa de quien sin violencia desea avivar la fe en Él.
Cada día es Pascua, si cada día somos capaces de reconocer la presencia del Resucitado en los acontecimientos, en las personas, en el propio interior, en la fracción del pan, en la misericordia divina, y en la Palabra de Dios.