
2.- El Espíritu Santo, es discreto, pacífico, doméstico, como la brisa suave y la luz que permite ver la luz, el brillo de la armonía, del orden, de la generosidad, quien, a través de sus mociones consoladoras, nos susurra la llamada vocacional identificadora de nuestra existencia, se derrama sobre las personas buenas de cada generación y va haciendo amigos de Dios y profetas, que anticipan el modo mejor de vida para toda la sociedad.
3.- Por la gracia del bautismo, somos hechos familia de Dios, hermanos de Jesús, coherederos suyos, Gracias al don del Espíritu Santo, que derramó el Resucitado sobre los apóstoles, y tenemos el regalo de la misericordia divina, sacramental, el abrazo entrañable de Dios, el perdón de nuestras ofensas.
4.- Por la acción del Espíritu Santo la materia del pan y del vino se transforma y se convierte en el Cuerpo y la Sangre del Señor, con la que alimentar nuestra fe, por los que nos convertimos en concorpóreos y consanguíneos de Cristo, nos consagra y nos hace sacramentos de la presencia divina, nos habita y nos convierte en templos suyos, identidad sagrada ante los demás, y para nosotros mismos.
5.- El Espíritu Santo es el Amigo del alma, el Huésped divino invisible, es el dador de todos los carismas por los que la humanidad se enriquece y complementa: “quien profeta, quien evangelista, quien el don de curar, quien el don de enseñar…”
6.- El Espíritu Santo nos lo recordará todo, nos lo enseñará todo, nos dará el conocimiento teologal de la revelación, será nuestro abogado defensor, frente a nuestros enemigos, y sobre todo de nosotros mismos.
7.- Una actitud recomendada permanente es la de pedir la acción, la asistencia del Espíritu Santo en todo lo que se emprende, de manera especial a la hora de desear conocer la voluntad divina: ¡Ven, Espíritu Santo!