“Un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo: «Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. Hace algún tiempo se levantó Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, se dispersaron todos sus secuaces y todo acabó en nada. Más tarde, en los días del censo, surgió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y se disgregaron todos sus secuaces. En el caso presente, os digo: No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios». Le dieron la razón” (Act 5, 34-39).
Es característica la consideración del fariseo Gamaliel. En tantos momentos en que se desea descubrir la voluntad de Dios respecto a algunos hechos o historias, la referencia al criterio de Gamaliel ilumina y enseña a no precipitar acciones que puedan atentar contra la voluntad de Dios y de su Espíritu.
En principio, sin embargo, parece que se aconseja una actitud pasiva, de espera ante acontecimientos que sobrevienen, y que nos pueden hacer dudar. Una actitud creyente es la de fiarse de la Providencia, pero no tanto para abandonar la tarea que se vea necesaria, cuanto para abrazar aquello que acontece y reinterpretarlo a la luz de la fe, pues en lo que sucede, más allá de sus causas, el creyente debe leer la posibilidad evangélica y no solo la resistencia pasiva.
El salmista nos da una visión providencial cuando reza: “Si el Señor no construye la casa, | en vano se cansan los albañiles; | si el Señor no guarda la ciudad, | en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, | que veléis hasta muy tarde, | que comáis el pan de vuestros sudores: | ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!” (Sal 126, 1-2).
Hay un principio, acreditado por los padres del desierto, para seguir los designios de Dios en todo: “Si quieres que suceda lo que tú quieres, quiere lo que sucede, y sucederá lo que quieres”. Esta sentencia puede interpretarse, de nuevo, como excesivamente conformista, más aún cuando lo que sucede es tan adverso a lo que creemos que es bueno y mejor, como es la vida, el respeto a las personas, la libertad…
La manera creyente de afrontar la adversidad no es la evasión, ni el aturdimiento; no es la protesta violenta, por descontrol del ánimo; no es quedarse paralizado, pasivo, como víctima. El creyente, en la prueba se acrisola, se purifica, afirma y fundamenta su fe, a la vez que pone sus manos y su corazón en aquello que ve necesario.
Hoy la pandemia y el confinamiento nos lleva a la oración, a la paciencia, a la humildad, a la experiencia del límite, a la solidaridad, al gesto entrañable, a la espera confiada, y en cualquier caso a una lectura trascendente de los hechos, en los que debemos atisbar que Dios espera de nosotros que sepamos descubrir el Misterio Pascual en todo. Con san Pablo, cabe examinarnos: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones” (Flp 4, 12).
Quizá venga bien, en esta hora recia, la oración de San Juan XXIII: “Solo por hoy me adaptaré a las circunstancias. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.”