TeresaDeAvila 14Octubre

TeresaDeAvila 14Octubre

INTRODUCCIÓN

La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha mirado a alguno de sus hijos como atalayas y como signos elocuentes de los dones del Espíritu. “Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 11-12)

Entre los diversos ministerios citados por el Apóstol, la Iglesia ha proclamado a determinados santos pastores, a otros, confesores, y a unos pocos, doctores. Los primeros santos reconocidos como doctores de la Iglesia son San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio Magno y San Jerónimo, padres de Occidente, proclamados en 1298. Este mismo año, Bonifacio VIII introdujo el oficio litúrgico de doctor. Posteriormente, en 1568, fueron proclamados doctores San Atanasio, San Juan Crisóstomo, San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, padres orientales. En la actualidad hay 35 santos con el título de Doctor de la Iglesia, entre ellos cuatro mujeres: Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Lisieux y Santa Hildegarda von Bingen, esta última proclamada santa y doctora por Benedicto XVI, el mismo día que lo fue san Juan de Ávila, el 7 de octubre de 2012.

El título de Doctor de la Iglesia es otorgado por el papa o por un concilio ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento por ser eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Se exigen cuatro condiciones: santidad declarada, que hayan sido canonizados; ortodoxia en la fe; eminencia en la doctrina e influjo benéfico en las almas, con repercusión universal. Junto a los dos primeros requisitos -haber sido canonizados y absoluta ortodoxia de la fe-, compartidos por muchos santos, para que un santo sea proclamado “Doctor de la Iglesia” el tercer título es el más específico, la «eminencia de su doctrina». Aquí entran desde personajes de gran calado académico e intelectual como santo Tomas de Aquino o san Alberto Magno, hasta autores que han llegado directamente al corazón de millones de personas como Catalina de Siena, Bernardo de Claraval o Teresa de Lisieux.

El 27 de septiembre de 1970, el papa San Pablo VI proclamaba a Santa Teresa de Jesús como la primera mujer doctora de la Iglesia. A los pocos días, el 3 de octubre, el mismo Papa dio el título de doctora de la Iglesia a Santa Catalina de Siena, rompiendo así la tradición de ser solo varones los santos doctores. El 19 de octubre de 1997, el papa san Juan Pablo II ofreció la misma dignidad a otra carmelita, a Santa Teresa del Niño Jesús. Por último, el domingo 7 de octubre de 2012, Benedicto XVI proclamó santa a Hildegarda von Bingen (1098-1179), y doctora de la Iglesia. Estas son las cuatro mujeres proclamadas hasta hoy doctoras de la Iglesia.

Santa Teresa de Jesús ha sido y es fuente de inspiración para muchos fieles y diría que también lo es para pertenecientes a otras religiones, especialmente orientales. Con la proclamación de su doctorado, el Papa estaba ratificando algo que ya muchos maestros espirituales, a lo largo de los siglos, habían intuido acercándose a su vasta doctrina espiritual. Hombres y mujeres espirituales se han alimentado de sus escritos, como San Alfonso María de Ligorio, que le tenía una devoción entrañable, san Juan Bosco, que solía recomendar el “Nada te turbe” teresiano, y los papas san Juan XXIII y san Juan Pablo II que le profesaron gran admiración y devoción. En el IV centenario de su muerte, en 1982, San Juan Pablo II, dentro de su viaje apostólico a España, peregrinó a Ávila. Entre los santos que se inspiran en la espiritualidad teresiana, resaltan San Enrique de Ossó, quien funda la Compañía de Santa Teresa; el beato Francisco Palau, carmelita descalzo, fundador de las Carmelitas misioneras, y san Pedro Poveda, sacerdote, quien funda la Institución Teresiana. Recientemente se ha fundado la Congregación de Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia (1980). Escritores espirituales y teólogos como Tomas Merton, Karl Rahner, Urs Von Balthasar, entre otros muchos, admiraron a la santa castellana y bebieron de su enseñanza.

Al cumplirse los 50 años de la proclamación de santa Teresa de Jesús como doctora de la Iglesia, son muchas las instituciones que programan celebraciones especiales. La villa ducal de Pastrana, su parroquia y arciprestazgo con esta celebración, que preside nuestro obispo Mons. D. Atilano Rodríguez, se suman al homenaje universal a la primera mujer declarada doctora de la Iglesia.

BIOGRAFÍA

Aunque es muy conocida la vida de la Santa, como se la llama en Ávila, hacemos un breve recorrido por los momentos más significativos de su historia. Teresa nace en 1515 en Ávila, hija de Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de judíos conversos, y de su segunda esposa Beatriz de Ahumada, perteneciente a una noble familia abulense. Teresa se quedó huérfana de cuatro años, su padre la internó como pupila en el convento de monjas agustinas de Santa María de Gracia de la misma ciudad, pero al año siguiente tuvo que volver a su casa aquejada de una grave enfermedad. Determinada a tomar el hábito carmelita contra la voluntad de su padre (Vida 3, 7), en 1535 huyó de su casa para dirigirse al convento de la Encarnación. Vistió el hábito al año siguiente, y en 1537 hizo su profesión.

A la edad de cuarenta años tuvo su posterior conversión, como ella cuenta, ante la imagen de un Cristo muy llagado. “Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” (Vida 9, 1).

En 1562 fundó el primer carmelo descalzo, San José de Ávila. Desde 1567 hasta su muerte, fundó en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. En 1568 se erigió en Duruelo el primer convento reformado masculino, gracias a la colaboración de San Juan de la Cruz y del padre Antonio de Heredia. Pastrana es la única villa en la que la santa funda dos monasterios, el de san José, el 28 de junio de 1569, y el 13 de julio el de san Pedro, convento de descalzos, donde vivió san Juan de la Cruz.

Las obras que escribió la doctora mística, algunas de ellas muy conocidas, son: “Relaciones” 1ª y 2ª, escritas en 1560 y 1561. El libro de “Vida”, del que termina en la primavera de1562 la primera redacción, y a finales de 1565 la nueva. Para ayudar a sus monjas a la realización de su ideal de vida religiosa compuso “Camino de perfección” (escrito entre 1562 y 1564 y publicado en 1583). Al difundirse la reforma, escribe “Las Constituciones” (1567?). Son textos suyos “Las exclamaciones del alma a Dios” (1569), “Modo de visitar los Conventos” (1576), “Los Conceptos del Amor de Dios”, de datación incierta, anterior al Castillo Interior. “Escritos menores” (Vejamen) 1577, el original se conserva en el monasterio de san José de Guadalajara). El más conocido “Las Moradas o Castillo interior” lo escribe en 1578); es muy prolija en escribir “Cartas” a distintos personajes y hermanas, y se han recogido distintas poesías suyas, que han servido de inspiración a muchos artistas y músicos. Muere en Alba de Tormes, el 4 de octubre de 1582, el mismo día que se aplicó la reforma del calendario juliano y se tomó el gregoriano, pasando este día a ser 15 de octubre.

En 1614 fue declarada beata, y en 1622 fue canonizada por Gregorio XV, juntamente con Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador, “todos ellos gloria de la España católica, y al mismo tiempo al florentino-romano Felipe Neri. La luz del título doctoral pone de relieve la «eminencia de la doctrina» y esto de un modo especial.” (Pablo VI, homilía 27 septiembre 1970, en la celebración en la que fue proclamada doctora de la Iglesia).

Entre otras lecturas, Santa Teresa bebe del libro de Francisco de Osuna “El Tercer Abecedario” (Vida 4, 7), escrito en el Monasterio de la Salceda, en Tendilla, que en aquel tiempo era el epicentro de la espiritualidad del siglo de oro español. De este Monasterio, donde en aquel tiempo se vivía la reforma franciscana, salió el cardenal Cisneros para la Sede primada de Toledo.

DE LA HOMILÍA DE SAN PABLO VI, 27 DE SEPTIEMBRE 1970

El papa San Pablo VI, en las palabras que pronunció el día de la proclamación del doctorado de Santa Teresa, nos dejó una semblanza luminosa de la maestra espiritual. Resalto algún párrafo en el que Pablo VI se pregunta de dónde le viene a Teresa de Ávila su sabiduría:

“Podríamos resaltar de modo particular otro carisma, el de la sabiduría. ¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina? Sin duda alguna, le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, de sus lecturas. Pero ¿era ésta la única fuente de su «eminente doctrina»? ¿O acaso no se encuentran en Santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente, sino más bien el paciente, o sea, fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra, de tal forma que deben ser atribuidos a una acción extraordinaria del Espíritu Santo? Se trata de la unión con Dios más íntima y más fuerte que se conceda experimentar a un alma viviente en esta tierra; y que se convierte en luz y en sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas. De todos estos secretos nos habla la doctrina de Santa Teresa. Son los secretos de la oración. Esta es su enseñanza.”

Desde la afirmación papal, nos acercamos a la maestra espiritual Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, para aprender cómo caminar en esta hora recia:

“El mensaje de oración nos llega a nosotros, tentados por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra. Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo. Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…, que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»” (Vida, 8, 4-5).

Y termina el Papa:

“A distancia de cinco siglos, Santa Teresa de Ávila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de la nobleza de su corazón sediento de catolicidad, de su amor despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Debemos ver asimismo una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en programa de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!” (Pablo VI, homilía, 27 de septiembre 1970)

ENSEÑANZA

La enseñanza de la doctora mística Santa Teresa de Jesús es riquísima, mas si cabe resaltar una dimensión de su doctrina, sin duda es la que ella ofrece a instancias de sus confesores al explicar su itinerario contemplativo. Ella es la gran maestra de oración para muchos, y fue en su tiempo de oración cuando recibió el mayor conocimiento de Dios y de la realidad, el don precioso de la Sabiduría, según afirmó Pablo VI en su homilía, el día que proclamó a Santa Teresa de Jesús doctora de la Iglesia.

Al acercarnos a la maestra y doctora espiritual, una sola palabra se convierte en motivo de llamada y se instala en el corazón como moción del Espíritu que se debe obedecer; es el término “determinación”. Ella afirma: “Pues digo que va muy mucho en comenzar con gran determinación” (CP 23, 1). Se refiere a comenzar camino de oración, y advierte al inicio del libro de “Moradas”: “Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es.” (M I, 1,5) La Doctora habla de la oración de recogimiento y del proceso necesario en el recorrido de las moradas del castillo interior, que es el alma, y cómo hay que determinarse a entrar. Pues de estar dando vueltas los que rondan el castillo se llenan de imágenes y de pensamientos, que después estorban para la oración. “En fin, entran en las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar; harto hacen en haber entrado” (M I, 1, 8).

La riqueza de la doctrina teresiana nos daría motivo para meditar muchos aspectos, pero creo que en el momento actual nos conviene encontrar el modo de vivir serenos y con esperanza, y estas actitudes cabe acrecentarlas si practicamos el camino de oración, que nos enseña la maestra espiritual. Vivimos tiempos recios que diría la Santa, y precisamente para circunstancias difíciles ella aconseja, “en especial en estos tiempos son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos.” (Vida 15, 5)

A la hora de acoger un consejo de la Doctora, descubrimos lo que a ella le valió en situaciones difíciles, tomar decisión determinada para tener oración. Tanto san Ignacio de Loyola como santa Teresa de Jesús nos enseñan la necesidad de tomar una determinación; con ello se interrumpe el posible pacto con la mediocridad. La doctora mística y maestra espiritual nos invita, desde su experiencia más identificativa, a iniciarnos en el conocimiento sapiencial, teologal, amoroso y orante con determinación. Este tiempo requiere de manera especial saber interpretar los acontecimientos desde Dios y no dejarse llevar por las noticias manipuladas, ideológicas, partidistas, que cada día nos producen inquietud.

TOMAR DETERMINACIÓN

Al celebrar los cincuenta años de la proclamación de Santa Teresa como doctora de la Iglesia, no nos debemos quedar únicamente en su recuerdo, sino que deberemos acoger como mejor homenaje alguna de sus sabias enseñanzas. Una de ellas es, como hemos señalado, tomar determinación, decidir llevar a cabo algo noble, sin restricción mental ni reserva. Es optar, entre varias posibilidades, por una de ellas, la que veamos mejor, y de una manera definitiva. Opción poco común en una sociedad presentista, resistente a opciones definitivas y de por vida. En nuestro caso es decidirnos de manera determinada a mantener el trato con Dios, fuente de sabiduría, que es la oración. Como dice San Pablo, “discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2), y optar con determinación.

OPTAR POR DIOS

San Ignacio en los Ejercicios Espirituales ofrece el testimonio de su opción definitiva: “Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado” (EE 98).

Santa Teresa manifiesta esta actitud a la hora de determinarse a seguir camino de oración. “Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios; y ­como diré después­ estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual” (M II, 1, 8).

Ante el testimonio edificante de los grandes maestros Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús de abrazar en todo la voluntad de Dios y de fiarnos de Él, decisión esencial en el camino espiritual, nos viene a la memoria la oración de Carlos de Foucauld, en la que expresa su opción de abandono en las manos de Dios: “Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.”

San Luís María de Monstfort, en su consagración a la Virgen, expresa los mismos sentimientos de abandono, y de renuncia a la propia voluntad: “¡Mi queridísima Madre! Renuncio a mi propia voluntad, a mis pecados, disposiciones e intenciones; quiero lo que Vos queréis, me arrojo en Vuestro Corazón abrasado de amor; divino molde en el que debo formarme, y en él me escondo y me pierdo para rogar, obrar, sufrir siempre por Vos y con Vos, a la mayor gloria de vuestro Hijo, Jesús. Amén” (San Luis María de Montfort).

La enseñanza que nos ofrecen los maestros espirituales nos impulsa a no seguir la propia voluntad, sino la voluntad de Dios. Es un principio esencial en el camino espiritual, avalado por el ejemplo de Jesús: “Que no se haga lo que yo quiero” (Mt 26, 39); y de la Virgen María: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38). Ya en el salterio encontramos: “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39, 9). Es conocido el lema ignaciano: “Que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” (EE 23). Y escribe la Santa: “¡Oh, qué dicha tan grande será alcanzar esta merced!, pues es juntarse con la voluntad de Dios, de manera que no haya división entre Él y ella, sino que sea una misma voluntad; no por palabras, no por solos deseos, sino puesto por obra; que no escuche las razones que le dará el entendimiento, ni los temores que le pondrá, sino que deje obrar la fe de manera que no mire provecho ni descanso, sino acabe ya de entender que en esto está todo su provecho” (CAD 3, 1).

Podemos acoger o rechazar los acontecimientos que nos suceden, ser víctimas de ellos o trascenderlos. En las actuales circunstancias cabe quedar victima de lo que ocurre a pesar nuestro, o descubrir la posibilidad más noble, la de abrazar con visión de fe aquello cuyo sentido quizá no comprendemos de manera inmediata, pero si permanecemos fieles, descubriremos la mano providente del Señor, como canta el salmo: “Espera en el Señor, sé valiente, espera en el Señor, que volverá a alabarlo” (Sal 26).

Cuando nos quedamos en la lectura de los hechos desde una dimensión económica, social, política, filosófica o estadística, es muy posible que nos sintamos embargados desde un realismo pragmático y racional. Sin embargo, si además leemos los acontecimientos de manera teologal y trascendente, es posible abrirse a la esperanza, luz que se recibe en el trato con Dios, al contemplar su misericordia. Y surge en lo profundo del ser el eco del poema teresiano: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta” (Poesías 9). ¡Cómo necesitamos decirnos por dentro estos versos, para no quedar al antojo de quienes intentan a esta hora manipular la sociedad!

DETERMINACIÓN DE NO PECAR

Para llegar a la intimidad con Dios es necesaria la renuncia al pecado, opción que se formula en las promesas bautismales y en su renovación, cuando el ministro del sacramento pregunta: “¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?” (Ritual bautismal). Santa Teresa de Jesús, dirigiéndose a sus monjas, les dice: “No sé para qué os voy diciendo estas cosas si no es para que entendáis los peligros que hay en no desviarnos con determinación de las cosas del mundo todas, porque ahorraríamos de hartas culpas y de hartos trabajos.” (CAD 2, 23)

Cuesta emanciparse de los criterios mundanos, legitimados por las distintas ideologías. Mas, si se quiere seguir al Señor, no hay otra opción posible que dejarlo todo por Él y en Él. Determinarse a interpretar todo desde Dios, desde su Palabra significa trascender la historia y comprender los hechos desde la mente iluminada por la fe y la oración, para no escuchar la sentencia de Jesús al discípulo: “Tú piensas como los hombres, no como Dios.” (Mt 16, 23) “¡Qué miserable es la sabiduría de los mortales e incierta su providencia! Proveed Vos por la vuestra los medios necesarios para que mi alma os sirva más a vuestro gusto que al suyo. No me castiguéis en darme lo que yo quiero o deseo, si vuestro amor (que en mí viva siempre), no lo deseare” (Exclamaciones XVII, 3).

Un error que combate la maestra espiritual es el de pensar que como no somos perfectos estamos excluidos del camino de la oración. La consigna es no dejar la oración, “que para este mal no hay remedio si no se torna a comenzar” (M II 1, 10) Se refiere al mal de dejar oración.

El clima social y cultural, el ambiente enrarecido que produce la pandemia, nos puede afectar. Al quedar sin las ocupaciones habituales y un tanto confinados, corremos riesgo de perecer en la desidia, en la desesperanza, en el tedio. Ante estas circunstancias, la maestra espiritual enseña: “Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino.” (CP 20, 2) Y el camino evangélico implica determinación a no pecar ni mortal ni venialmente: “Tened esta cuenta y aviso -que importa mucho- que no os descuidéis hasta que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor, que perderíais mil vidas antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos.” (CP 41, 3) La Santa confiesa: “Hame venido una determinación muy grande de no ofender a Dios ni venialmente, que antes moriría mil muertes que tal hiciese, entendiendo que lo hago” (Relaciones 1ª, 9).

Uno se asombra ante estas opciones radicales, y sin caer en el derrotismo, porque contamos con la misericordia de Dios, al vernos sometidos aún a la lucha de las pasiones, el testimonio de los santos se convierte en revulsivo y en llamada a la santidad de vida, llamada que se alimenta de la relación con el Señor.

EN TIEMPO DE TENTACIÓN

Vivimos tiempos recios, y por más que hayamos optado por Jesucristo, al igual que Él mismo padeció la tentación, también nos acechará a nosotros mientras dure el tránsito por este mundo. La invitación engañosa se presenta insinuante. El Tentador, astuto, muestra el objeto apetecible de manera suave y halagadora. Si nos ve ceder o arparnos a considerar las propuestas engañosas, él se encargará de irnos ganando la partida, como señala el Génesis. Lo peor que nos puede suceder es ponernos a considerar las propuestas tentadoras. Lo correcto es determinarse a no hablar nunca con el Malo. Santa Teresa, experta en combates espirituales, llega a decir: “Siempre esté con aviso de no se dejar vencer; porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz” (M 2, 1, 6).

La santa cuenta cómo cabe aficionarse a relaciones incorrectas y hasta justificarlas; lo narra al referirse a su relación con el sacerdote de Becedas: “A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados” (Vida 5, 4).

La tentación puede asaltar en tiempos de sequedad y de contrariedad. La Maestra avisa: “El Señor os lo dará a entender, para que saquéis de las sequedades humildad y no inquietud, que es lo que pretende el demonio; y creed que adonde la hay de veras, que, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y conformidad con que anden más contentas que otros con regalos” (M III, 1, 8).

EN TIEMPO DE TURBACIÓN

Cabe que ante circunstancias adversas, como las que nos acosan, nos asalte la pregunta sobre el sentido de nuestra vida y seamos tentados de tristeza o de escepticismo y entremos en crisis. Es conocida la sentencia ignaciana: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación.” (EE 318) Y Santa Teresa afirma: “Paréceme ha de ser para gloria suya, y así torno a proponer ahora de no hacer jamás mudanza” (R 40, 4).

Teresa de Ávila vivió tiempos difíciles y a ella, según confiesa, le salvó la decisión firme de acompañar a Jesús: “Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad, no dejar a Cristo caer con la cruz” (Vida 11, 10). Y pide al Señor: “Os suplico con San Agustín, con toda determinación, que «me deis lo que mandareis, y mandadme lo que quisiereis»; no volveré las espaldas jamás, con vuestro favor y ayuda” (CAD 4, 9).

Este tiempo no es el mejor para tomar decisiones traumáticas ni violentas, sino que debemos consolidar las opciones discernidas como voluntad divina. Es la consigna que Dios dio a Moisés en la travesía del desierto: “Cuando se levantaba la Nube de encima de la Tienda, los hijos de Israel se ponían en marcha. Si se detenía la Nube muchos días sobre la Morada, los hijos de Israel, respetando la disposición del Señor, no se ponían en marcha” (Núm 9, 17-19).

Jesús sentencia: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios.” (Lc 9, 61-62) Es tiempo de permanecer, de no mirar atrás, de fijar los ojos en quien nos precede y va por delante. “No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar?” (CP 26, 3)

No valen las medias tintas. “Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón Su Majestad, no se lo neguemos. Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo.” (CP 28, 12) “Pues tornando a lo que decía, gran fundamento es, para librarse de los ardides y gustos que da el demonio, el comenzar con determinación de llevar camino de cruz desde el principio y no los desear, pues el mismo Señor mostró ese camino de perfección diciendo: Toma tu cruz y sígueme” (Vida 15, 13).

TOMAR CAMINO DE ORACIÓN

Si la oración nos permite discernir, y nos ayuda a determinarnos en hacer lo mejor, es porque nos sentimos acompañados, mirados por quien nos demuestra tanto amor, que ha sido capaz de dar la vida por nosotros. El camino de oración no es una reacción evasiva ante las dificultades, sino la posibilidad mayor para comprenderlas, para resistir con esperanza, y permanecer confiados. La Maestra nos enseña cómo iniciarnos: “Tratemos un poco de cómo se ha de principiar esta jornada. No digo que quien no tuviere la determinación que aquí diré le deje de comenzar, porque el Señor le irá perfeccionando; y cuando no hiciese más de dar un paso, tiene en sí tanta virtud, que no haya miedo lo pierda ni le deje de ser muy bien pagado” (CP 20, 3).

La inercia que nos puede invadir es capaz de impedir determinarse a comenzar o invita a conformarse con ciertas prácticas piadosas, y a no adentrarse en la relación orante. “Es de los que han ya comenzado a tener oración y entendido lo que les importa no se quedar en las primeras moradas, mas no tienen aún determinación para dejar muchas veces de estar en ella, porque no dejan las ocasiones, que es harto peligro” (M 2, 1,2).

FALSA HUMILDAD

Es verdad que no somos Santa Teresa, ni san Ignacio de Loyola, y que cabe lógicamente reaccionar con el argumento de nuestra debilidad para permanecer un tanto escépticos ante la invitación a entrar en el castillo interior. Las grandes metas no se alcanzan de repente, sino paso a paso. Es consejo, al tener que subir a una montaña, fijar los ojos en el suelo, en vez de hacerlo en el horizonte, porque si la mente se abruma por la distancia y la altura a la que se encuentra la meta, se deprime y uno abandona. “Para esto os han de aprovechar las virtudes que Dios os ha dado, para hacer con determinación y dar de mano a las razones del entendimiento y a vuestra flaqueza y para no dar lugar a que crezca con pensar «si será, si no será», «quizá por mis pecados no mereceré yo que me dé fortaleza como a otros ha lado». No es ahora tiempo de pensar vuestros pecados: dejadlos aparte, que no es ahora tiempo de pensar vuestros pecados, como he dicho; que no es con sazón esa humildad; es a mala coyuntura.” (CAD 3, 6)

Una tentación muy sutil, que aparenta ser humildad, la pone el Tentador para apartarnos del camino de oración. “Guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados, que suele apretar aquí de muchas maneras, hasta apartarse de las comuniones y de tener oración particular (por) no lo merecer, les pone el demonio” (CP 39, 1).

La Santa advierte: “Lo mucho que importa comenzar con gran determinación a tener oración, y no hacer caso de los inconvenientes que el demonio pone.” (CP 21, 1) Y señala: “Tornando a los que quieren ir por él, digo que importa mucho, y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá” (CP 21, 1-2).

MÁS ALLÁ DE LOS CONSUELOS

Todos andamos un tanto sospechosos de nuestra oración, porque quizá al no sentir en ella las gracias consoladoras que vivió la Doctora mística, pensamos que o no sabemos rezar o la hacemos mal. Sin embargo, ella misma advierte que no está el secreto en sentir mucho, sino en amar mucho. Además, el Señor es buen pagador. “¡Oh hijas mías, que es Dios muy buen pagador, y tenéis un Señor y un Esposo que no se le pasa nada sin que lo entienda y lo vea! Y así, aunque sean cosas muy pequeñas, no dejéis de hacer por su amor lo que pudiereis. Su Majestad las pagará; no mirará sino el amor con que las hiciereis” (CAD 1, 6).

La falta de sentimiento no es determinante para juzgar que no se hace bien la oración, según advierte Santa Teresa: “Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos y ternura, que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad” (Vida 11, 13). “Alabad por ello a Su Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos” (Vida 11, 12). “El alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación y puede acabar consigo de no hacer mucho caso ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten estos gustos y ternura o la dé el Señor, que tiene andado gran parte del camino. Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece, porque va comenzado el edificio en firme fundamento” (Vida 11, 13).

Puede que la razón de la sequedad venga de no determinarse a llevar enteramente camino de oración. “Cuando no nos damos a Su Majestad con la determinación que Él se da a nosotros, harto hace de dejarnos en oración mental y visitarnos de cuando en cuando, como a criados que están en su viña.” (CP 16, 9) En este asunto, como en otros muchos de orden espiritual, la Doctora recomienda acudir a un guía: “Si quiere o pretende llegar a contemplación, ha menester, para ir muy acertada, dejar su voluntad con toda determinación en un confesor que sea tal.” (CP 18, 8) Da mucha luz lo que ella afirma sobre la oración: “Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios” (M I, 1, 7).

OPCIÓN DE AMAR

La prueba inequívoca de que se va por el buen camino es la paz interior y los frutos, y el amor es el fruto más acreditado para objetivar que se avanza en la relación orante. “Puede en este estado hacer muchos actos para determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el amor” (V 12, 2). “Y este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras; y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad” (M 3, 1, 7). Y con el gracejo que le caracteriza a la monja castellana, sentencia: “Aquí, hijas mías, se ha de ver el amor, que no a los rincones, sino en mitad de las ocasiones” (F 5, 15).

En nuestro lenguaje la palabra amor la empleamos muy ampliamente, pero quizá no siempre coincide con lo que enseña Santa Teresa. “Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor” (M 4, 1, 7).

Lema ignaciano es hacer todo para mayor gloria de Dios, y Santa Teresa nos enseña que quienes han avanzado por el camino de la relación orante, no desean otra cosa sino lo que Dios quiere y en esto consiste el amor: “¡Oh Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones! ¡Y cómo de un alma que está ya determinada a amaros y dejada en vuestras manos, no queréis otra cosa sino que obedezca y se informe bien de lo que es más servicio vuestro, y eso desee!” (F 5, 6)

El amor nos mueve a amar. En las actuales circunstancias importa mucho no dudar del amor de Dios, y sabernos acompañados por Él. El reto de la fe es permanecer seguros en las manos entrañables de Dios, quien nos entregó a su Hijo por amor. Si vivimos esta verdad y contemplamos que el Crucificado no deja de ser el Hijo amado de Dios, sabremos permanecer en las pruebas, e incluso abrirnos en ellas a tener expresiones de reconocimiento del amor de Dios, manifestado en Cristo. “Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor” (V 22, 14).

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