El silencio es fortaleza, se convierte en bálsamo que restaura, reconcilia, posibilita recuperar la sensibilidad, la atención, se convierte en posada samaritana, en la que se curan tantas heridas, que se producen en el camino de las relaciones humanas y como efecto de tantos mensajes agresivos.

El silencio no se adquiere de forma gratuita, se debe hacer ejercicio espiritual para introducirse en él. Tantas veces, depende de la paz interior de la conciencia.

“Oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa” (Gén 3, 8). “Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto»

Jesús, en el Evangelio, enseña unas nuevas relaciones que superan a la carne y a la sangre. La biología no es la razón de la filiación divina ni de la fraternidad humana. Somos hijos de Dios y todos hermanos por gracia del misterio de la Encarnación.

Jesús nos enseña uno de los ámbitos de la oración más íntima, la estancia en soledad, para posibilitar el encuentro con su Padre. Jesús busca la soledad como espacio de relación con Dios.

La soledad es la compañera más íntima en el desierto, la oportunidad única de poder saber más de uno mismo, ocasión de conocer que uno está hecho para el Absoluto. La soledad es la puerta de la relación amiga con Dios, llamada fascinante a entrar más adentro, sello de divinidad y identifica a los que saben ser de todos.

Hace falta distanciarse del contexto habitual para descubrir las dependencias e idolatrías que nos amenazan, si es que no hemos sucumbido ante ellas. Jesús, alejado del Jordán, padece la tentación, y se convierte en testigo de la victoria sobre el mal.

El desierto es el espacio regenerador y el tiempo autentificador, el tramo liberador y la tregua necesaria para el retorno, donde los sucesos son providencia, pan del cielo, y donde todo se revaloriza, al tiempo que todo se relativiza. Es la prueba esencial para llegar a la plenitud, tras cuarenta años de travesía, que significa toda la vida.

Dios recrea el desierto en lugar habitable, donde pasan las cosas de Dios y el alma, cunado nada ni nadie estorba el encuentro.

La tierra árida, seca, sin habitantes, habitada por demonios, se convierte en lugar donde Dios vuelve a enamorar a su pueblo. En el desierto o se muere o se renace. Se enloquece o se adquiere la sabiduría, uno o se hunde en su fragilidad o alcanza el heroísmo de los mártires y de los padres y madres del desierto.

Hoy, en muchos lugares, se disponen homenajes al Santísimo Sacramento. Es como si quisiéramos obedecer a la petición que Él mismo hace a los suyos de preparar un lugar adecuado y digno para celebrar la Cena.

TEXTO BÍBLICO “María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña,…

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