Querido “Amigo de Buenafuente”:
Retorna el nubarrón, amenaza de nuevo el pedrisco del confinamiento, y duele el recelo de perder el esfuerzo mantenido durante tantos meses.
La pandemia se alarga, la alarma se establece, el virus avanza, se instaura el toque de queda, aumenta el miedo por riesgo de contagio. Se trazan fronteras, se vigilan los senderos clandestinos y las actividades nocturnas.
Resurge el pensamiento: ¿Qué hacer ante el acoso de la quiebra íntima y social en tanto aislamiento? Amenaza el paro, el hambre vergonzante, salta el pensamiento negativo.
¿Dónde queda la fiesta, la cita del reencuentro? Se avanza desventura, se presiente de nuevo la medida del encerramiento. Salta la violencia, se debilita la resistencia ante el desconcierto ciudadano.
Y, al mismo tiempo, en medio del silencio, en el desierto humano se vive cada día el amor y la ofrenda. Luce la candela, se alzan el canto y la plegaria, se cruzan las horas de ocio y de trabajo sin tanto sobresalto.
El claustro se descubre un recinto sabio, el modo de vivir el hoy con luz de profecía, a ritmo de melismas gregorianos. Al alba la alabanza; de tarde, la acción de gracias. El trabajo de mañana, y ya sin luz se canta la Salve, coronada por el toque de campana, que llama a la última oración, abandonados en las manos providentes y entrañables de Dios y de la Virgen María.
Cada día es nuevo, se reinicia en el trato interior. Las jornadas traen su peso y también sus esperanzas. En el altar del corazón se elevan las ofrendas invisibles, para que no quiebre el sujeto del hombre que combate en la refriega contra el virus, y por tantos que ya nos preceden, oración más sentida en este tiempo en el que hacemos memoria de los nuestros.
Y resurge la ilusión, anclada en la esperanza de que pase la tormenta, escampe el agua torrencial, huyan los nubarrones y amanezca para todos un tiempo nuevo, por haber sentido el límite tan cerca.
En Buenafuente seguimos las consignas sociales, que afectan al programa previsto, aunque en principio sigue abierta la casa de acogida para un número limitado de huéspedes. Nos encomendamos.