No podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido para que llegaran a esa situación. La escasez, la pobreza, las trampas, todo eso se asentaba sobre dolor y muerte…
Había recorrido gran parte del país, había estado en todas las regiones. En sus carreteras de mal firme y mal trazado, en sus caminos embarrados o polvorientos, en medio de campos fértiles, de magníficos bosques, en apetitosas huertas de casas de pueblo cuidadas con esmero y dispuestas con tal arte que parecen jardines, en encrucijadas en lugares bellísimos de espléndida naturaleza, por todas partes aparecen señales de la fe cristiana que los rumanos no han abandonado. Dios no los ha dejado de su mano. Filas de personas llevan encendidas las velas de la noche de Resurrección y dan vueltas en torno a las iglesias mientras cantan: Cristo ha resucitado de entre los muertos… Así era y así sigue siendo. No son las mismas voces, no está la de mi madre. Pero sí, son voces eternas y desde la eternidad llegan.
Y arriba, las estrellas infinitas.